Tuesday, July 04, 2006

Crímenes y epilepsia

Hace unos días falleció el cineasta argentino Fabián Bielinsky, cineasta que había obtenido cierta notoriedad internacional gracias a su debut cinematográfico titulado “9 reinas” (Argentina, 2004), un thriller bastante ingenioso que sin innovar en las estructuras del género lograba una obra dinámica y trepidante en su desarrollo. La película tuvo tal éxito que fue comprada por Hollywood y refriteada con reparto mayoritariamente estadunidense.
La película original, la de Bielinsky, nunca llegó a nuestras salas de cine, la que sí nos llegó fue la copia, que no era otra cosa mas que una fiel reproducción de la primera sin alteración alguna. Revisando “9 reinas” podemos decir, sin afán de exagerar, que Bielinsky murió demasiado pronto, pues si bien éste su primer largometraje no representaba la quintaesencia de la originalidad, sí demostraba la gran habilidad del realizador para tejer historias bastante efectivas. Este gusto por las estructuras de un género para muchos tan superficial, y por consecuencia, esta gran habilidad para adoptarlas a ámbitos y personajes tan en apariencia ajenos a ellas, algo muy difícil de lograr en el cine latinoamericano, quedó demostrada en su obra póstuma “El Aura” (Argentina, 2006), ésta sí, película estrenada recientemente en nuestras carteleras.

El aura, pues, es también un “thriller” pero en esta ocasión en su vertiente negra, un “film noir” con todo los niveles de sordidez que implican. La historia gira en torno a un taxidermista, de apariencia siempre serena y melancólica, de vida gris y monótona, cotidianidad terriblemente interrumpida por sus constantes ataques de epilepsia, y de la cual se refugia a través de sus fantasías y juegos imaginarios en los que demuestra una enorme agilidad e intuición para planear robos bancarios. Pero sus simples fantasías terminarán por concretarse: Un buen día, mientras se encuentra en las montañas de cacería, mata accidentalmente con su rifle a un extraño, y es esta situación la que desencadenará la serie de acontecimientos que le permitirán fingirse partícipe de un extraño clan que tiene como planes inmediatos llevar a cabo un robo.
Con ello Bielinsky desarrolla una historia bastante obscura y agobiante, de cierta contención que nos impide saber a ciencia cierta qué es lo que pasa. Los hechos son vistos desde el punto de vista del propio personaje, y es esa inestabilidad emocional provocada en gran medida por sus ataques epilépticos la que nos impide avanzar con certidumbre.

El bosque, el aspecto laberíntico y sofocante del espacio que proporciona la abundante y apretada vegetación, los personajes de actitud siempre misteriosa que van apareciendo, de los que conocemos muy poco pero sospechamos de una procedencia poco alentadora, van delineando un trayecto un tanto kafkiano por el cual el personaje (y nosotros, espectadores) avanza como si de un ciego se tratara, que desconoce el terreno pero tiene la intuición para ir improvisando las soluciones sobre un riesgo, un peligro siempre latente.
El efecto es de una gran tensión, una tensión sostenida de principio a fin y a la que contribuyen no sólo la genial fotografía y la banda sonora, sino el aprovechamiento de esos espacios naturales registrados como un extraño submundo lleno de parajes que guardan inquietantes sorpresas, y el ritmo de la narración, muy pausada, un tanto lenta, marcada en gran medida por el aire taciturno y somnoliento del personaje principal.

Esta sensación de malestar constante nunca cede. Es interesante como Bielinsky no cede ante finales esperanzadores, o conclusiones que impidan sacudirnos de esa pesadez con la que como espectadores hemos experimentado (incluso el personaje mismo). Ésta, pues, fue la historia de un hombre que ni cumpliendo accidentalmente sus emocionantes fantasías pudo sacudirse su sombría existencia. Finalmente este hombre ordinario que vio sacudida su vida por un evento de violencia criminal, el cual creía lejano e imposible, terminará adoptando nuevamente su rutina, solo, disecando animales, soñando con grandes cantidades de dinero, y a la espera siempre de una nueva irrupción de epilepsia como el único toque amargo de excepcionalidad en su uniforme vida. Nuevamente: el crimen no paga…(José Abril)