Tuesday, March 20, 2007

Carreteras perdidas

Han llegado dos películas de terror que, salvando las diferencias, coinciden en un elemento: el precio que se tiene que pagar por tomar los caminos equivocados. Y hablo en el sentido literal, no en el metafórico, pues el miedo en estos casos se desentiende totalmente de figuras retóricas para hacer de esos parajes el inicio y el fin mortales, el espacio perfecto por el cual transitar no hacia un destino alentador y programado sino al mismísimo infierno. Ambas son también productos derivativos que intentan aprovechar éxitos ajenos para ver si funcionan bajo la mirada de quienes han decidido asumir el riesgo. Hablamos, por supuesto, de dos estrenos muy esperados para los amantes del género: la norteamericana Masacre en Texas: el inicio y la muy mexicana (aunque la película misma se crea lo contrario) Kilometro 31, películas a las que se les puede poner muchos “peros”, pero aún con ellos funcionan cada una muy a su manera. Como sigue…

Masacre en Texas: el inicio (EU, 2006). Se trata del segundo largometraje de Jonathan Liebesman, joven realizador que se había iniciado con Darknes fall (EU, 2003), una muy mediocre película de espíritus chocarreros de la cual no recuerdo su título en español. Sorprende entonces que Liebesman se supere no sólo así mismo, sino, también, al muy interesante remake que Marcus Nispel nos había otorgado en el 2004. Porque, a pesar de que esta precuela huela a puro oportunismo mercantil y que lo de indagar en los orígenes de Leatherface se sienta como un mero pretexto para poder exprimirle su última gota económica y cinematográfica (¿Será?), Liebesman logra conducir con éxito la empresa. Y no por pocas razones: recupera la violencia y la brutalidad directa, explícita, propia de una época del cine de terror (la de los setenta y ochenta) que la corrección política catapultó (algo que Nispel apenas intentó en la obra precedente), goza en configurar un retrato de familia descompuesto a rabiar, sórdido, que parece fortalecerse más mientras más atestigua –la familia- el dolor, el sufrimiento, la angustia manifiesta a gritos que piden clemencia de quienes para su mala suerte han caído en su ceno, acierta en la recreación de un ambiente marcado por la suciedad y la escatología, y concluye de una forma tan pesimista como desalentadora (obviamente bajo la lógica de “el origen” de todo). El principal problema entre otros menores: Leatherface, aquí, es más un autómata con la solemnidad propia de un Schwarsenegger-Terminator que un psicópata. Se echa de menos, pues, aquel psicópata brutal e histéricamente aniñado que Hooper nos ofrecía para quitarnos el sueño.

Kilómetro 31 (México, 2007). Desde que esta película se empezó a publicitar la desconfianza era lo único que despertaba, por lo menos para servidor. Una película de horror mexicana que encima parecía ser una copia de las exitosas películas de horror oriental. Efectivamente, es mexicana -y lo digo con toda la carga negativa que ello pueda suponer si consideramos lo maltratado que ha estado este género en territorio nacional (salvo honrosas y muy pocas excepciones)- y ha tomado como modelo las delicias del horror japonés actual. Las expectativas eran bastante pocas, para ser francos. Vista la película, me trago las palabras. Tomando este trabajo de Rigoberto Castañeda en su justa medida, podemos decir que tiene detalles en contra: algunas fallas de guión, algunas caídas de ritmo, algunas situaciones forzadas para hacerla engranar en cierta mitología popular (¡ese intento por acercarla a La Llorona!) y una que otra sobreactuación por parte del elenco, etc. Pero la película tiene atmósfera, y eso de entrada, ya es un gran logro. Gracias a la excelente fotografía de Alejandro Martínez y a una primera parte un tanto inspirada, la película atrapa, engancha, envuelve tanto en lo visual como en su argumento. Además su última parte, el clímax y el desenlace son los suficientemente inquietantes como para desecharla del todo. Castañeda tiene ojo para estos asuntos, esperemos que lo intente nuevamente pero de una forma más auténtica.

(José Abril)