Tuesday, October 23, 2007

Deborah in the dark


Me acabo de enterar que Deborah Kerr (1921 - 2007) murió hace unos días, y según yo ella ya estaba seis metros bajo tierra desde hace un buen de años. Bueno, en realidad ni me incomodaba el hecho de que estuviera viva o muerta. Y aunque actuó en una cantidad sorprendente de películas, mi memoria, que es bastante injusta, sólo la inmortalizó por unas imágenes que la mostraban como una puritana institutriz de rostro desencajado por el miedo, al creerse asediada por unos espíritus chocarreros con rostros de niños terribles.
Yo confieso. Nunca me di por enterado, por ejemplo, que ella había formado parte de aquella icónica imagen que la mostraba dándose un sublime faje con Burt Lancaster (mucho antes de asumirse como promotor de las licencias para matar), a la orilla de la playa, en el melodrama De aquí a la eternidad, ni que era ella la que había bailado, con descarada ñoñez, con el Rey de un país que no recuerdo cuál es en El rey y yo (EU, Walter Lang, 1956), por mencionar dos de los casos más emblemáticos de su extensa carrera.
Para servidor, Deborah Kerr sólo existió en la siniestra atmósfera de aquella mansión que tan bien recreó Jack Clayton, en The inocents (EU, 1960), su estimable adaptación de Otra vuelta de tuerca de Henry James. Para servidor, Deborah, válgame la confianza, imagen y personaje, sólo tuvo sentido en la obscuridad y atormentada por unos terrores que parecían ser los de su propio furor reprimido. Deborah fue esa escándalizada y estricta profe que decidió poner punto final a esos demonios que, según ella, rondaban la casona vieja, de pasillos ominosos, posando sus labios, así, sin tregua, y no por ternura, sobre los de ese niño que tanto la inquietaba, en una de los clímax más bellos que nos ha dado el cine de horror.
Antes y después de esa película memorable Deborah Kerr no tenía ni tuvo sentido. Descanse, pues, ahora sí, literalmente en la obscuridad. (José Abril)