Wednesday, January 30, 2008

Horrores


Hacía tiempo que en nuestra cartelera no coincidían tantas películas del género que aquí tanto nos atrae. Películas que, por cierto, llegan, como siempre, a destiempo. Para un fan incondicional del terror (similares y derivados), como servidor, esto podía ser motivo de celebración, pero pasando de la superficie el asunto se vuelve por demás decepcionante. Vaya, que la cantidad en este caso sólo ha generado unas expectativas –ingenuo uno, pues- que se han desmoronado a las primeras de cambio.

Haciendo cuentas, creo que es fácil llegar a la conclusión de que: 1. la pretensión se ha vuelto un lastre para el género (“30 días de noche”, “Hannibal”, “Soy leyenda”); 2. lo que antes veíamos como aire fresco proveniente de territorios aparentemente ajenos al terror ya empieza a verse como una sobadísima fórmula, efectista y –hay que decirlo- efectiva (“Nunca estamos solos”) y 3. la invocación a los clásicos (en este caso a Tod Browning) no siempre garantiza los resultados positivos (“El títere”).

Así, mientras los vampiros vociferan mamoncísimos aforismos sobre la humanidad en una lengua extraña –con fondo de nieve blanca manchada de sangre, para una imagen más “chic – shock” -, su director hace hasta lo imposible por estirar un guión que en términos diegéticos se debió haber resuelto en una semana. Mientras Hannibal es interpretado por un galancito acartonado y sobreactuado (¿Se acuerdan del soldadito extraviado de aquella película sucedánea de “Amelie”), el argumento al que pertenece sólo insiste en explicar (de forma muy obvia) el origen de los tics que han caracterizado al personaje en cuestión. Mientras las siamesas –que no diabólicas, como quería De Palma- nunca se dan por enteradas que el juego de intercambio de identidades resulta predecible desde la secuencia de créditos inicial, la película se regodea en los trucos que se han saqueado de la tienda de los horrores orientales. Y, faltaba más, “Soy Will Smith”, desde ya se antoja el inicio de una nueva saga-franquicia: “Sigo siendo leyenda”, “Seguiré siendo leyenda”, y una posible cuarta parte: “La leyenda continúa”, aunque Matheson se retuerza en su tumba.

Como siempre, uno encuentra más donde esperaba menos. Y lo poco interesante que ha aportado esta congestión de thrillers y películas de terror, ha sido a través de un producto menor paradójicamente grande: “Aliens vs Depredador 2” (EU, 2007, Hnos. Strause).

Sí, “Aliens vs Depredador 2”. De que se trata de una película rutinaria y derivativa, es cierto. De que la mayor parte del argumento está narrado bajo la lógica de un videojuego con acné, también. Pero la película no sólo resulta mejor que su precedente, que se hundía por su solemnidad y que se tomaba demasiado en serio no obstante lo disparatado de su premisa, sino que se redime, aun con todo lo elemental que la define, por carecer de todo aquello que los casos aludidos arriba adolecen. Y más. No hay pretensión estilera ni clasicista. Ni heroicidad de superhombre “fashion” (como el Smith de fin de mundo vampirizado). El terror y la acción y la carnicería y la muerte se instalan desde el principio y se extienden sin tregua hasta el final. Los Hnos. Strause, como poseídos por el espíritu del Joe Dante de los “Gremlins”, gozan moviendo las piezas de esta batalla campal entre bestias alienígenas que se odian por puras razones de descarada mercadotecnia cinematográfica, colocando en el centro a un puñado de seres humanos bastantes sacrificables, habitantes de un pueblo chato y aburrido.

Hay mala leche y bastante ironía, y algo de incorrección política. ¿Quién dice que los personajes infantiles deben ser la excepción como víctimas en una película donde la muerte irracional se instala a sus anchas? Parecen preguntarse los realizadores. Y si hace años un horripilante molusco preñaba a John Hurt para mejor desvirilizarlo, hoy de intruso el monstruo logra colarse en un hospital repleto de futuras madres para arruinar sus embarazos. Un personaje, en medio de la histeria colectiva, señala: el gobierno nunca nos miente, justo en los momentos en que el gobierno ha tomado medidas extremas de una manera fría y despiadada.

El desenlace es literalmente puro humo, y como humo la película prácticamente desaparece de la memoria una vez que la sala de cine se ha abandonado. Lo que no desaparece es el buen sabor de boca, ni esa placentera sensación que queda después de haber degustado el buen caramelo que se desgasta con tanto salivero…La que sigue, por favor.

(José Abril)