Tuesday, June 16, 2009

Up (and Down)


Cuando Ingmar Bergman hablaba sobre el origen de Gritos y susurros (Suecia, 1972) colocaba en el centro una imagen: cuatro mujeres vestidas de negro encerradas en una habitación de paredes intensamente rojas. Nada más. Esa sola imagen, decía Bergman, lo obsesionaba. Desconocía el motivo del encierro, los posibles conflictos que les aquejaban, las vidas particulares de cada una de ellas, el por qué del rojo agobiante. La viñeta, cuatro mujeres y paredes rojas, se le presentaba, de vez en vez, como un enigma que mediante la escritura del argumento se dio a la tarea de esclarecer. Lejos de ser un ejercicio redundante entorno a las implicaciones plásticas, de peligroso regodeo esteticista, de esa imagen, Gritos y susurros resultó ser un complejo e intenso drama de mujeres consumiéndose en un encierro que alcanza proporciones casi terroríficas.

Up (EU, 2009), obvio, no es una película al estilo Bergman ni mucho menos una angustiante confrontación de carácteres en un ambiente claustrofóbico. Ni tenía que serlo. Todo lo contrario, es -o pretendía ser- una comedia de aventuras liberadoras, de caracteres que chocan y se oponen (el agrio anciano y el niño hiperactivo de verborrea incontenible) pues en ese contraste se buscaba obtener buena parte de su gracia, que por momentos la tiene.

Lo de Bergman viene a colación por la particular forma de concebir una idea. En Up, como en Gritos y susurros, nuevamente se encuentra en el centro y origen de todo una imagen: una casona vieja flotando por un cielo resplandecientemente azul con ayuda de un millar de globos multicolores. No lo sabemos con certeza pero lo intuimos. Los de Pixar, que han dado sobradas muestras de cierta sabiduría plástica en sus trabajos, tuvieron su epifanía, e invocando el plus poético, entrañablemente naîf y surrealista, de Henry Selick (el de Jim y el durazno gigante) y Miyazaki (el de El castillo ambulante) y el colorismo apastelado de cierta estética pop construyeron ese cuadro de una belleza de la que es difícil no asombrarse (incluso el diseño minimalista del cartel promocional, ése donde sobresale lo azul del cielo ante la pequeña casa vista a lo lejos, se presta a una larga y relajada contemplación).

Pero esta imagen que es origen y centro de todo es también la raíz del problema. Porque Up lo tiene. Y es que se nota: Pete Docter y Bob Peterson sucumbieron ante el encanto de la imagen, de su imagen, y confiaron demasiado en la fascinación que podía ejercer. Porque una vez que los personajes han pisado tierra la película decae gacho. De hecho pareciera convertirse en otra historia, de rocambolesco exotismo y malabarismos geriátricos de lo más inverosímil. Indiana Jones casi octogenario reclama regalías.

Momentos sorprendentes Up también los tiene: la parte inicial, cine en el sentido puro del término, nos cuenta una historia de amor sin palabra alguna y a toda prueba conmovedora. El inicio del vuelo de la casona nos recuerda a aquella formidable escena donde Terry Gilliam hacía que el Barón de Munchausen, otro octogenario sediento de aventura, se elevara por los cielos con ayuda de centenares pantaletas femeninas. Y, claro, la imagen protagonista, que se extiende en una extensa secuencia, como quien quiere conferirle un nivel icónico a fuerza de insistir. Pero, lo repetimos, difícilmente una película se sostiene por una sola ocurrencia visual. Una vez que la imagen desaparece, esa en la que tanto se ha depositado confianza, se acaba la función.

(José Abril)

Tuesday, June 02, 2009

Una breve / III


En sus dos últimas ediciones la revista española virtual Miradas de Cine ha dedicado un dossier a la comedia americana de los últimos años. La Nueva Comedia Americana, como ellos mismos, los críticos convocados, la llaman muy pomposamente, con un entusiasmo que suena más a exageración sobrevalorativa que a rigor analítico y crítico. Lo de la etiqueta no me extraña, la europea suele ser una crítica preocupada en rastrear señales generacionales, huellas autorales, novedosos “fenómenos” cinematográficos pues, y agruparlos bajo unos eufemismos que conlleven cierta carga cultural bien apantalladora, como para que tengan esa connotación casi casi al nivel del los ismos artísticos del siglo pasado. Pero me molesta por los referentes con los que definitivamente no he terminado de conectar del todo. Vamos, que eso de apreciar a Judd Apatow como un paradigma de la sensibilidad cómica de nuestros tiempos, a sus derivados como apóstoles geniales, Adam Sandler como heredero posmoderno de los personajes de Capra, a Ben Stiller como la vanguardia, a Cameron Diaz como una Katherine Hepburn a la medida de los chistes gruesos que el género hoy demanda, entre otras sugerencias y planteamientos más, suena a broma frustrada. La escuela, dicen, ha sido el programa televisivo Saturday night live que, en efecto, gracioso lo fue durante buen tiempo (hace rato que le perdí la pista). Pero no creo que sus personajes, sus sketches y sus actores mantengan la misma forma en su traslado a la pantalla grande. Sí, reconozco que me he reído con algunos gags de Stiller y que Sandler me resulte, a veces, genuinamente gracioso por ser el menos autoconsciente, pero no creo que por el hecho de agregar más excremento, malabarismo sexual, incorrección política políticamente correcta garantice la gracia de unos chistes que sólo son fachada de unas comedias que en el fondo son tan inofensivas, conservadoras y cursis como las del muchas veces vapuleado John Hughes.


(José Abril)