Tuesday, July 13, 2010

A propósito de The road

Es bastante común que cuando se habla de adaptaciones cinematográficas se suele hacer sin dejar de lado su referente más obvio: el texto literario. Comprensible resulta si tomamos en cuenta que la novela o cuento ha sido el punto de partida para tal o cual proyecto; innecesario es, desde un punto de vista personal, mirar siempre de reojo el material escrito como una varita para medir, cualitativamente, el resultado final en la pantalla.

Innecesario, sí. Porque buscar las posibles virtudes que hacen grande a una obra literaria en una película es exigirle, a posteriori, al director que se mimetice en el escritor y es, por lo tanto, tratar de encontrar en la película la serie de recursos que le son ajenos porque le pertenecen exclusivamente a la literatura en tanto lenguaje. El cine, pues, cuenta, en tanto lenguaje también, con recursos propios que, según el ingenio, la sensibilidad, la capacidad del realizador al utilizarlos, hacen posible la existencia de grandes películas independientemente de si éstas han tomado como punto inicial el mundo literario o no.

Tal vez desconfíe demasiado, pero no me fío del todo de aquellos que hablan de la película, producto de la adaptación, haciendo siempre alusión a la novela o al cuento. Y no me fío, porque siempre, o casi, me dejan la impresión de querer hablar del texto tomando como pretexto la película, como si ésta estuviera obligada a servirle de ventana. Típico: la película es mala porque la novela es muy buena. Bah! La película es mala porque malo es su director o es una obra maestra porque quien la hizo ha sabido utilizar sus recursos. Nada le debe a la obra literaria, salvo la premisa –y premisa sometida a un proceso de apropiación- que permite la existencia de la historia expuesta en imágenes. Punto.

En una ocasión un colega decía muy atinadamente que un realizador inteligente ignora – o por lo menos debe- la sombra del autor del original para llevar el material a su propio terreno, a su propio universo. Así, un Thomas Mann se convertía en un Visconti (Muerte en Venecia, Italia, 1971) aunque en este caso yo me quedaba con La muerte en Venecia del primero y no con la del segundo, porque los terrenos de Visconti, o sea su estilo, a veces me resultaban un poco dados a un esteticismo excesivo e irritante. Mi problema era con Visconti como autor, pues, y no tanto con la mucha o poca fidelidad del mismo hacia la novela de Mann.

Pero a qué viene tanto cantinfleo, se preguntarán. Lo que pasa es que pensaba escribir sobre The road (EU, 2009), la película que John Hillcoat realizó a partir de la novela de Cormac McCarthy, y me he topado con reflexiones de este tipo que apelan a la superioridad de la novela como para descalificar la película. En mi caso, tanto la novela como la película me han parecido productos llenos de aciertos, aciertos que en cada caso se deben a la enorme capacidad de ambos autores (literario y cinematográfico) al utilizar los recursos que cada lenguaje les proporciona. Posiblemente, en el caso de Hillcoat habría que señalar la cierta proclividad hacia la sobremusicalización (obviamente, firmada por un Nick Cave que se engolosina), pero fuera de ahí lo demás está en su lugar.

Pensaba ahondar en otros detalles respecto a la película, pero, ustedes no están para saberlo…, dentro de unas horas me voy a vacacionar a San francisco, California –jejeje-. Así que mucho tiempo no me queda, mejor luego nos vemos – o nos leemos.

(José Abril)