Wednesday, July 20, 2011

Flashback 15: Picnic en Hanging Rock


A las pruebas hay que remitirse: es casi seguro que el nombre de Peter Weir esté condenado a su relación con dos únicas películas aunque su filmografía sobrepase la decena. Exacto, atinaron: La sociedad de los poetas muertos (1989) y The Truman show (1998), insufrible la primera, interesante la segunda. Pero dado el éxito taquillero y oscarizado que representaron ambas provocaron el olvido de que Weir es un cineasta lo suficientemente competente como para ofrecernos películas infinitamente superiores a las señaladas. Gallipoli (1981), El año que vivimos en peligro (1982), La última ola (1977) están ahí para no dejarnos mentir.

Peor aún, tal éxito prácticamente propició que de la memoria cinéfila desaparezca lo que para nuestro gusto es la mejor obra del realizador australiano: Picnic en Hanging rock (Australia, 1975), la tercera en su filmografía pero la primera a considerar como una contribución importante al cine mundial y al fantástico en particular.

Y es que Picnic en Hanging rock no es lo que parece a simple vista: una película “de calidad” al uso, con una acertada, correcta ambientación y recreación de época a lo James Ivory (no hay que olvidar que se trata de la adaptación de una más o menos célebre novela ubicada a principios del XX) y con una fotografía que tiende por momentos a cierto esteticismo paisajístico en la línea de cualquier postal turística. Muy por el contrario, se trata de una historia de aliento chejoviano (ese día de campo de jovencitas aristócratas celebrando el día de San Valentín como motivo trágico y telón de fondo a un tiempo) pero trastocado por un obscuro e irracional acontecimiento que transforma de manera terrible las vidas de los personajes (femeninos, casi todos) indirectamente relacionados en el asunto.

Es a partir de la misteriosa e inexplicable desaparición de cuatro jóvenes estudiantes de un exclusivo colegio, en el lugar que el título anuncia, que Weir desarrolla la crónica de la devastación psicológica y sentimental de un puñado de mujeres que encontrarán la locura, la muerte y la frustración amorosa. Y con ello Weir nos ofrece una fascinante pieza que fácilmente se ubica entre el horror más sutil aunque no por ello menos inquietante y la subyugante puesta en imágenes que apuesta por un estilo contemplativo para de la naturaleza extraer no sólo cierto aliento poético sino también ciertas pulsiones delatoras de una fuerza inaprensible, inexplicable que emana de forma hipnótica de los detalles menos esperados.

Sin temor a exagerar: Picnic en Hanging rock casi hizo que Weir se acercara al Ingmar Bergman de Gritos y Susurros (1972) y al Robert Altman de Tres mujeres (1977), y ya de plano si nos ponemos a delirar, no dudamos en afirmar que se le adelantaba tantito al David Lynch de Twin Peaks (1989). Ni modo, cosas del entusiasmo…

(José Abril)