La modernidad tecnológica nos hace justicia. Esa maravilla que es el DVD nos ha permitido recuperar películas que ni los tiempos del casi ya caduco videotape nos ofrecía. Películas prácticamente destinadas al olvido ahora es posible revisitarlas y mejor aun reflexionarlas gracias al múltiple material extra (documentales, datos reveladores, comentarios complementarios) que en muchas de ellas se incluyen. Benditos sean pues los avances tecnológicos que nos permiten acceder a ese pasado cinematográfico que prácticamente permanecía inédito en la actualidad. Bueno, bueno… pero por qué tanto entusiasmo se preguntaran. Quien esto escribe -que es un comprador compulsivo de dvds y cds (cada quien tiene la terapia que quiere, ni modo)- se encontró con una extraordinaria edición de una obra maestra de la cual pocos se acuerdan: Freaks (EU 1932), clásico indiscutible del cine, dirigida por Tod Browning y una inquietante muestra de lo que fue el cine de horror mucho pero mucho antes de limitarse al regodeo sanguinolento y viscoso, al festín de los efectos especiales y maquillajes barrocos.
Freaks más que una película fue una experiencia extravagante, alucinante para todo aquel que presuma de cinefilia terrorífica, una pieza que tiempo atrás resultaba difícil conseguir.
La obra pertenece a la última, menos conocida y más lograda etapa de su director Tod Browning. El nombre del cineasta siempre se mantuvo ligado en la historia cinematográfica al de Bela Lugosi, pues fue él el responsable directo de la primera versión fílmica norteamericana de la historia de Bram Stocker (Dràcula,1931). Este éxito opacó en gran medida sus realizaciones posteriores, superiores en cuanto a logros estéticos y argumentales, que incluyen esta pesadilla circense y otro clàsico: Muñecos infernales (EU, 1936).
La ambición, la venganza, el castigo cruel se entretejen en una anécdota sencilla: una ambiciosa y bellísima trapecista de un circo que tiene como atractivo principal a un grupo de fenómenos (enanos, mujeres barbudas, hermafroditas, personas sin extremidad alguna, siameses y demás seres deformes), decide casarse con un enano con el fin de envenenarlo lentamente y robarle su cuantiosa herencia. El enano cae en la trampa, pero sus compañeros descubren las sucias intenciones de la bella y vulgar mujer que no ha ocultado en ningún momento su repugnancia hacia esas consideradas aberraciones de la naturaleza. Así, los fenómenos aludidos en el título deciden llevar a cabo un ajuste de cuentas, y cobran la altanería y los sucios sentimientos de la joven trapecista con lo que más a precia: su físico. Al final veremos a este personaje de fisonomía perfecta expuesta en la feria como un fenómeno más: su escultural cuerpo ha sido reducido a una masa deforme, reptando sobre la paja como una gallina de rostro lacerado , sin piernas, gimiendo, intentando huir de su jaula.
En su momento, lo primero que llamó la atención de Freaks fue la inusitada posición de Browning, que lo situaba al lado de otro singular y extravagante realizador: Eric von Stroheim. Desde el principio desechó la idea de trabajar con artificios, monumentales plastas de maquillaje, en pos de un naturalismo más inquietante. Decide filmar con “fenómenos” reales, asumiendo los riesgos histriónicos que ello implicaba. La idea de Browning funcionó bastante bien, ganando la película con ello veracidad y eficacia perturbadora. En gran medida sacò provecho de y explotó los mitos y temores populares que se crean en torno a estas criaturas, logrando una extraordinaria fàbula de cruel y sàdica –pero acertada- moraleja.
Con Freaks Browning iniciaba un subgénero del horror, el del circo y la feria como universos pesadillezcos , fortalezas del mal, de seres aterradores. Pero el suyo no era un terror gratuito, arbitrario, tendencioso. Inteligentemente el cineasta enfrentaba al espectador con sus ideas en torno a lo considerado aberrante o anormal, para al final obligarlo a replantear su visión haciéndolo experimentar el infierno al que sus propios prejuicios podrían conducirlo.
Por su buen tratamiento la película es una de las pocas obras del horror viejo que conserva momentos vigentes en cuanto a su eficacia. La escena de la boda entre la trapecista y el enano ha sido comparada con la boda de Marlene Dietrich y Jannings en El Angèl Azul (Alemania, 1930) de Stenberg, ambas de una crueldad insostenible. Los momentos en que la bella joven es asediada por los “fenómenos” que como criaturas nocturnas, sigilosas, bajo la lluvia vigilan sus movimientos están impregnados de una atmósfera angustiante. Y la imagen final de la mujer convertida en un nuevo freak basta para imaginarnos el horror y la cruel tortura fìsica a la que, elipsis de por medio, fue sometida por aquellos ángeles de la venganza. Otro logro: Browning prescindió totalmente de la música centrando sus aciertos atmosféricos en el puro aspecto visual.
Este extraordinario film ha servido de sombra a varios cineastas actuales. Algunas obras de David Lynch, Peter Greenaway, David Cronenberg o Clive Barker hubieran provocado la autoalagadora sonrisa de Browning en caso de estar vivo. (Por Josè Abril)
Freaks más que una película fue una experiencia extravagante, alucinante para todo aquel que presuma de cinefilia terrorífica, una pieza que tiempo atrás resultaba difícil conseguir.
La obra pertenece a la última, menos conocida y más lograda etapa de su director Tod Browning. El nombre del cineasta siempre se mantuvo ligado en la historia cinematográfica al de Bela Lugosi, pues fue él el responsable directo de la primera versión fílmica norteamericana de la historia de Bram Stocker (Dràcula,1931). Este éxito opacó en gran medida sus realizaciones posteriores, superiores en cuanto a logros estéticos y argumentales, que incluyen esta pesadilla circense y otro clàsico: Muñecos infernales (EU, 1936).
La ambición, la venganza, el castigo cruel se entretejen en una anécdota sencilla: una ambiciosa y bellísima trapecista de un circo que tiene como atractivo principal a un grupo de fenómenos (enanos, mujeres barbudas, hermafroditas, personas sin extremidad alguna, siameses y demás seres deformes), decide casarse con un enano con el fin de envenenarlo lentamente y robarle su cuantiosa herencia. El enano cae en la trampa, pero sus compañeros descubren las sucias intenciones de la bella y vulgar mujer que no ha ocultado en ningún momento su repugnancia hacia esas consideradas aberraciones de la naturaleza. Así, los fenómenos aludidos en el título deciden llevar a cabo un ajuste de cuentas, y cobran la altanería y los sucios sentimientos de la joven trapecista con lo que más a precia: su físico. Al final veremos a este personaje de fisonomía perfecta expuesta en la feria como un fenómeno más: su escultural cuerpo ha sido reducido a una masa deforme, reptando sobre la paja como una gallina de rostro lacerado , sin piernas, gimiendo, intentando huir de su jaula.
En su momento, lo primero que llamó la atención de Freaks fue la inusitada posición de Browning, que lo situaba al lado de otro singular y extravagante realizador: Eric von Stroheim. Desde el principio desechó la idea de trabajar con artificios, monumentales plastas de maquillaje, en pos de un naturalismo más inquietante. Decide filmar con “fenómenos” reales, asumiendo los riesgos histriónicos que ello implicaba. La idea de Browning funcionó bastante bien, ganando la película con ello veracidad y eficacia perturbadora. En gran medida sacò provecho de y explotó los mitos y temores populares que se crean en torno a estas criaturas, logrando una extraordinaria fàbula de cruel y sàdica –pero acertada- moraleja.
Con Freaks Browning iniciaba un subgénero del horror, el del circo y la feria como universos pesadillezcos , fortalezas del mal, de seres aterradores. Pero el suyo no era un terror gratuito, arbitrario, tendencioso. Inteligentemente el cineasta enfrentaba al espectador con sus ideas en torno a lo considerado aberrante o anormal, para al final obligarlo a replantear su visión haciéndolo experimentar el infierno al que sus propios prejuicios podrían conducirlo.
Por su buen tratamiento la película es una de las pocas obras del horror viejo que conserva momentos vigentes en cuanto a su eficacia. La escena de la boda entre la trapecista y el enano ha sido comparada con la boda de Marlene Dietrich y Jannings en El Angèl Azul (Alemania, 1930) de Stenberg, ambas de una crueldad insostenible. Los momentos en que la bella joven es asediada por los “fenómenos” que como criaturas nocturnas, sigilosas, bajo la lluvia vigilan sus movimientos están impregnados de una atmósfera angustiante. Y la imagen final de la mujer convertida en un nuevo freak basta para imaginarnos el horror y la cruel tortura fìsica a la que, elipsis de por medio, fue sometida por aquellos ángeles de la venganza. Otro logro: Browning prescindió totalmente de la música centrando sus aciertos atmosféricos en el puro aspecto visual.
Este extraordinario film ha servido de sombra a varios cineastas actuales. Algunas obras de David Lynch, Peter Greenaway, David Cronenberg o Clive Barker hubieran provocado la autoalagadora sonrisa de Browning en caso de estar vivo. (Por Josè Abril)