Quizá lo único positivo de una mala película hecha por un director que ha venido creando expectativas, es que su siguiente apuesta puede ser vista como una obra maestra. Por comparación y contraste. Hablo del francés Alexadre Aja y su más reciente Piraña (EU, 2010) que no es ni una obra maestra ni reinventora de nada pero a lado de su anterior y muy decepcionante Mirrors (EU, 2008) alcanza dimensiones dignas de resaltarse.
Se trata de un remake (parece que Axa, para bien o para mal, se está especializando en ello) de la clásica película setentera de cine de terror trashero y medio paródico que Joe Dante firmaba teniendo como referente inmediato el Tiburón de Spielberg. Una re-facturación que supera tantito al original con algo más que camisetas mojadas y disposición a la tanorexia; un cínico producto de explotación autoconsciente que se regodea en su condición y su desarrollo (más allá – o más acá- de una casi inexistente progresión dramático/narrativa), mediante el ejercicio acumulativo de gags viscerales cortesía del legendario artesano gore del maquillaje hiperrealista y por lo mismo bordeando lo inverosímil Nicotero; un argumento de irónica doble moral: conservadora fábula que a condición de espetarnos su moraleja de receta sobre la familia, las tentaciones y los vicios, primero nos atesta una desenvuelta e hiperviolenta orgía de carnicería y hemoglobina. Las pirañas cumplen la misma función que los Gremlins (EU, 1984) también del propio Dante: ir a parar justo en el momento del éxtasis festivo (navideño en el caso de Dante, springbreackero en el caso de Aja) para transformarlo en caos y tragedia a gran escala, en este caso en una delirante versión deformadísima –si se puede más- y con harta mala leche de cualquier irritante producto mediático a lo Wild On.
Imperfecta sí, muy imperfecta, pero a Piraña, como antídoto ante las relamidas aventuras de castidad vampírica tan dominante en el reciente cine de terror, algo de perfección se le encuentra.
(José Abril)