Camina sobre Blancanieves/ Todo le sale bien/ …Habla como un humano /
pero sonríe como un reptil…
David Bowie
1. Siempre he sido un ferviente seguidor del llamado cine negro; y negro, que quede claro, no en un sentido racial sino en su abierta connotación ética y moral. Cine negro poblado de mujeres blancas que actúan con negras intenciones y de manera despiadada, rubias astutas, elegantes arpías que cigarro en mano e infalibles estrategias persuasivas van corrompiendo a los hombres, débiles casi siempre, haciéndoles ver su latente vocación por el crimen. Es el cine pues donde el delito es un estilo de vida que sabe pagar, aunque la moraleja engañosa y conservadoramente casi siempre diga lo contrario. Como la mayor parte de los géneros, el negro tiene sus orígenes en la literatura, literatura que a su vez encontró su punto de partida en la crónica policíaca y en la nota roja de la prensa de una Norteamérica hundida en su gran depresión, en la devastación económica del crack del 29, que entre otras cosas fue el campo fértil de la corrupción, de la violencia callejera, de las guerras urbanas sin cuartel, del contrabando, y del ladrón, el asesino o el gangster vueltos ídolos populares.
2. Nunca he sido un lector frecuente de la literatura que porta este mismo color, pero sí he sido recurrente en las narraciones que adscritas a ella ha firmado Patricia Highsmith (1921-1995). Highsmith hace tiempo dejó este mundo para irse a cualquier parte, y aunque nunca fue una rubia mezquina de peligrosa elegancia como varias de las criaturas del universo noir, sí supo sacarle plusvalía estética y literaria a esa mezquindad casi natural de nosotros los humanos. Mujer siempre misteriosa, casi hermética, misántropo de pocas pero duras palabras, de comentarios tan provocadores como su literatura (su antología de Cuentos misóginos ya era una extraordinaria broma políticamente incorrecta mucho antes de pensar en posmodernidades), Highsmith no fue otra escritora más de novela negra –o policíaca-; trascendía el esquema narrativo y argumental mediante infinitos recursos para convencernos entre página y página que el infierno está aquí entre nosotros y que cada una de nuestras cabezas ofrece una terrible variante. Para muchos la saga en torno a Ripley, el seductor asesino, es su mayor logro. Para mí, por lo menos entre los pocos libros que he leído de ella, Mar de fondo es su obra maestra, una de las tantas pruebas de que Highsmith fue mucho más que un Chandler o un Hammett con ovarios y ciclos menstruales.
3. Highsmith se escribe con H como Hitchcock. Y Hitchcock fue el primero que trasladó al cine una de sus novelas. Curiosamente Extraños en un tren (E.U. 1951), película y novela, definen con claridad la constante en la obra de ambos autores: lo siniestro como un elemento latente en todo ser humano y con más frecuencia en los de apariencia inofensiva (las peores bestias llevan el pelo por dentro decía Neil Jordan). Así la película da inicio a la relación, cordial casi siempre, entre el cine y la literatura de esta autora. Ripley ha sido el personaje más socorrido; el asesino culto y elegante, que va por el mundo, con su ambigua sexualidad, como una especie de Eva incitando a la tentación del crimen ha sido motivo de buena cantidad de films: El talentoso Mr. Ripley (EU, 2001), de Anthony Mingella, y El amigo americano (EU-Italia, 2003), de Liliana Cavani, son los casos más recientes y tal vez los más conocidos por las nuevas generaciones. El amigo americano ya había sido filmada con mucho más tino por Wim Wenders a finales de los setenta; uno de sus tantos aciertos: Wenders convertìa a Ripley no en un burgués refinado y elegante sino en un verdadero white trash encarnado con demencial socarronería por el inefable Dennis Hooper. Claude Chabroll, por su parte, optó por una historia más afín a sus inquietudes: la compleja historia de celos y la idea de asesinato que enturbia la dinámica de un matrimonio en El cuchillo estaba hecha a su medida. Otro cineasta, un alemán de nombre y apellido impronunciables (no recuerdo exactamente su nombre) realiza a principios de los 80 la adaptación de El diario de Edith, una de las historias menos obscuras de la autora, donde se sigue el proceso de locura de un ama de casa ante el desmoronamiento de su pequeña familia.
4. "Sustancia de locura" es una frase significativa en la vida de la autora: es el título de uno de sus mejores cuentos, es también la base de la mayor parte de sus ficciones y es, por último, el elemento que dinamiza a la paranoica sociedad norteamericana a la cual perteneció. Highsmith lo sabìa muy bien: la locura es la sustancia que da vida a la norteamérica de siempre; no en vano decide abandonar su país de origen y adopta a Europa como su nueva sede, Suiza fue el lugar donde desarrolla la mayor parte de su profesión y en el que finalmente decide morir en 1995, hace exactamente diez años. (Por José Abril)
1. Siempre he sido un ferviente seguidor del llamado cine negro; y negro, que quede claro, no en un sentido racial sino en su abierta connotación ética y moral. Cine negro poblado de mujeres blancas que actúan con negras intenciones y de manera despiadada, rubias astutas, elegantes arpías que cigarro en mano e infalibles estrategias persuasivas van corrompiendo a los hombres, débiles casi siempre, haciéndoles ver su latente vocación por el crimen. Es el cine pues donde el delito es un estilo de vida que sabe pagar, aunque la moraleja engañosa y conservadoramente casi siempre diga lo contrario. Como la mayor parte de los géneros, el negro tiene sus orígenes en la literatura, literatura que a su vez encontró su punto de partida en la crónica policíaca y en la nota roja de la prensa de una Norteamérica hundida en su gran depresión, en la devastación económica del crack del 29, que entre otras cosas fue el campo fértil de la corrupción, de la violencia callejera, de las guerras urbanas sin cuartel, del contrabando, y del ladrón, el asesino o el gangster vueltos ídolos populares.
2. Nunca he sido un lector frecuente de la literatura que porta este mismo color, pero sí he sido recurrente en las narraciones que adscritas a ella ha firmado Patricia Highsmith (1921-1995). Highsmith hace tiempo dejó este mundo para irse a cualquier parte, y aunque nunca fue una rubia mezquina de peligrosa elegancia como varias de las criaturas del universo noir, sí supo sacarle plusvalía estética y literaria a esa mezquindad casi natural de nosotros los humanos. Mujer siempre misteriosa, casi hermética, misántropo de pocas pero duras palabras, de comentarios tan provocadores como su literatura (su antología de Cuentos misóginos ya era una extraordinaria broma políticamente incorrecta mucho antes de pensar en posmodernidades), Highsmith no fue otra escritora más de novela negra –o policíaca-; trascendía el esquema narrativo y argumental mediante infinitos recursos para convencernos entre página y página que el infierno está aquí entre nosotros y que cada una de nuestras cabezas ofrece una terrible variante. Para muchos la saga en torno a Ripley, el seductor asesino, es su mayor logro. Para mí, por lo menos entre los pocos libros que he leído de ella, Mar de fondo es su obra maestra, una de las tantas pruebas de que Highsmith fue mucho más que un Chandler o un Hammett con ovarios y ciclos menstruales.
3. Highsmith se escribe con H como Hitchcock. Y Hitchcock fue el primero que trasladó al cine una de sus novelas. Curiosamente Extraños en un tren (E.U. 1951), película y novela, definen con claridad la constante en la obra de ambos autores: lo siniestro como un elemento latente en todo ser humano y con más frecuencia en los de apariencia inofensiva (las peores bestias llevan el pelo por dentro decía Neil Jordan). Así la película da inicio a la relación, cordial casi siempre, entre el cine y la literatura de esta autora. Ripley ha sido el personaje más socorrido; el asesino culto y elegante, que va por el mundo, con su ambigua sexualidad, como una especie de Eva incitando a la tentación del crimen ha sido motivo de buena cantidad de films: El talentoso Mr. Ripley (EU, 2001), de Anthony Mingella, y El amigo americano (EU-Italia, 2003), de Liliana Cavani, son los casos más recientes y tal vez los más conocidos por las nuevas generaciones. El amigo americano ya había sido filmada con mucho más tino por Wim Wenders a finales de los setenta; uno de sus tantos aciertos: Wenders convertìa a Ripley no en un burgués refinado y elegante sino en un verdadero white trash encarnado con demencial socarronería por el inefable Dennis Hooper. Claude Chabroll, por su parte, optó por una historia más afín a sus inquietudes: la compleja historia de celos y la idea de asesinato que enturbia la dinámica de un matrimonio en El cuchillo estaba hecha a su medida. Otro cineasta, un alemán de nombre y apellido impronunciables (no recuerdo exactamente su nombre) realiza a principios de los 80 la adaptación de El diario de Edith, una de las historias menos obscuras de la autora, donde se sigue el proceso de locura de un ama de casa ante el desmoronamiento de su pequeña familia.
4. "Sustancia de locura" es una frase significativa en la vida de la autora: es el título de uno de sus mejores cuentos, es también la base de la mayor parte de sus ficciones y es, por último, el elemento que dinamiza a la paranoica sociedad norteamericana a la cual perteneció. Highsmith lo sabìa muy bien: la locura es la sustancia que da vida a la norteamérica de siempre; no en vano decide abandonar su país de origen y adopta a Europa como su nueva sede, Suiza fue el lugar donde desarrolla la mayor parte de su profesión y en el que finalmente decide morir en 1995, hace exactamente diez años. (Por José Abril)
3 comments:
¡Que fea era la Highsmith! Ahora entiendo porqué se volvió escritora y no movie star.
Jajajaja. Y aparte de eso lesbiana.
Pero la HIghsmith era la Highsmith mucho antes de que Breat Easton Ellis llegara con su American Pycho.
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