Tres nada tristes libros que se auto-regaló servidor en este diciembre y que leyó durante el primer mes del año en curso. A manera de recomendación, como sigue:
David Lynch, de Quim Casas (Ediciones Cátedra, España, 2007). Aunque sin la rigurosidad analítica del indispensable y ya clásico libro homónimo del francés Michel Chion (Ed. Paidós, España, 2003), esta nueva aproximación a la obra del cineasta por parte de Quim Casas, tiene el gran mérito y pertinencia en su ambición, que no es poca: ofrecer una panorámica de y un detallado recorrido por la obra íntegra de Lynch. Y si digo íntegra quiero decir TODA. En ese sentido, David Lynch no es sólo una aproximación al uso a un cineasta, sino la mirada a la obra compleja del Lynch pintor y dibujante, del Lynch diseñador, del Lynch fotógrafo, del Lynch artista-instalador, del Lynch performancero, del Lynch televisivo, del Lynch publicista, del Lynch cortometrajista y videoclipero, del Lynch músico, letrista y cantante. Es el estudio pues de un artista total, de un hombre orquesta, que independientemente del medio, formato, soporte o lenguaje al que recurra (trátese de publicidad, trátese de un videoclip de encargo, trátese de spots de servicio comunitario) su universo, obsesiones, manías estéticas y estilísticas, su perversa y delirante mirada inevitablemente se filtrarán. Como decía, quizá adolezca de cierta superficialidad, pero Casas comprueba a fin de cuentas que el artista sabe usar los medios y no al revés.
Cineclub, David Gilmour (Ed. Mondadori, España, 2009). Cineclub no es un libro de ensayos y literatura analítica o reflexiones estéticas en torno al cine. Pero hay mucho de eso, y en el buen sentido. Es una novela que tiene el gran acierto -y con acierto- de integrar la reflexión cinematográfica, el análisis de películas como un recurso dramático. No se asusten: sus personajes no son un puñado de intelectuales que gustan de tener densas disertaciones sobre el cine a la menor provocación, ni tarantinescos cinéfilos que maniacamente improvisan juegos de mesa. Gilmour, por el contrario, construye una entrañable historia sobre un padre y su problemático hijo adolescente que detesta la escuela, y de cómo el cine –el cineclub privado que organizan todas las tardes sólo para ellos dos- resulta la mejor opción para un acercamiento entre ambos, un proceso de tránsito a la madurez por parte del segundo, y la recuperación de un placer –las películas- que el primero pensaba abandonado. La estructura de la novela es sencilla y personalmente creo que el tono a veces bordea el sentimentalismo, pero finalmente Gilmour consigue una conmovedora historia sobre el aprendizaje que el cine puede proporcionar y, sobre todo, los vínculos que puede generar. Se supone que la historia y los acontecimientos partieron de la propia experiencia del autor con su hijo, pero ya saben, eso me resulta irrelevante: ¿Basada en hechos reales? qué más da.
Monster show: Una historia cultural del horror, de David J. Skal (Ed. Valdemar, España, 2008). He leído varios libros sobre el cine de horror pero, mírese desde donde se mire, creo que éste es el definitivo. Y tal vez su premisa a estas alturas ya puede oler a cliché: el horror (literario, teatral o cinematográfico) nos dice más de la realidad, de nuestra realidad, de los muchos y diferentes momentos de nuestra historia que cualquier otro discurso. Para decirlo pronto: Skal propone que no hay mejor forma de hacer una radiografía política y socio-cultural del siglo XX que revisando mucha, por no decir toda, la producción cultural que en torno al género se hizo. Y son sus argumentos, o la manera nada ortodoxa de plantearlos, lo que se aleja del cliché.
Producto de una extensa investigación documental, hemerográfica y con el recurso de la entrevista, Monster show es un exhaustivo recorrido (poco más de 500 páginas) por ese convulsionado siglo XX a través del horror, o, evitando ser excluyentes, la estética del horror; un trabajo que trasciende el mero recuento anecdótico para instalarse mejor en un estilo analítico, en efecto, pero que no niega al recurso de un lenguaje poético y muchas de las veces la ironía para decirnos que la feroz realidad nos daba bellísimas obras de horror que se introducían a su vez en las diferentes manifestaciones de la cultura popular. Skal recrea momentos, describe personajes (y de qué manera: entre muchos otros, la descripción que hace de Vampira, el célebre personaje televisivo de los 50 es de lo mejor), establece reflexiones políticas y sociales y su reflejo genérico en el cine o la tv o la literatura.
Las pos-guerras, el crack del 29, la moda que representó Freud, la moral recalcitrante, la bomba atómica, la guerra fría, la píldora, las tensiones raciales, la hipocresía de las religiones, la liberación femenina y sexual, el feminismo fundamentalista y su conservadurismo, el rock y la música pop, el movimiento homosexual, la crisis del Sida, el tema de la otredad. Para Skal, pues, el horror es un cristal para mirar qué y cómo somos y fuimos, qué hemos hecho y hacemos y dónde estamos. Lectura obligada, pues.
(José Abril)
3 comments:
Iralo
Que buen regalo te diste
Se me antojo leer el segundo,
pero me dieron ganas de leer el tercero por la recomendación hehe
Saludos!!!
Pues cuando quieras, me avisas
Pregunta:
¿El libro de Lynch, en donde lo conseguiste?
Saludos.
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