Wednesday, October 18, 2006

WTC

Siempre se ha pensado en Oliver Stone como un cineasta incómodo para Estados Unidos, como esa molesta conciencia que con su dedo rasca y escarba en aquellas partes de la historia que a los norteamericanos no les agrada mucho revisar. Su insistencia en temas políticamente escabrosos le ha permitido identificarlo como uno de los pocos realizadores de un cine abiertamente político y de guiños de izquierda, atípico, a su manera, en una industria, la hollywoodense, en la que estos asuntos tienen nula rentabilidad. Efectivamente, pocos como él se han atrevido a retomar conflictos y personajes que representan la peor cara de su país, o por lo menos la más contradictoria, a manera de un recordatorio, expedido eso sí, en formato de mega producción y con ganancias que superan en mucho las expectativas.

No obstante esta supuesta audacia ideológica con la que se insiste relacionarlo, hay algo en el cine de Stone que no termina de convencer (por lo menos a quien esto escribe). De estilo casi siempre abigarrado, técnicamente grandilocuente, siempre al borde de la pretensión, Stone en cada apuesta por un tema políticamente candente asume posiciones que a simple vista se miran como arriesgadas e incisivas, pero a la hora de las apreciaciones los resultados no siempre son lo que uno espera, o sea una mínima coherencia con la premisa. Por ello, siempre he tenido a Stone como un realizador sobrevalorado y sus obras, sobre todo aquellas más polémicas, para mi gusto representan cada una el inmenso abismo que separa a unos planteamientos que se creen certeros e incisivos de unos desarrollos y ejecuciones de dudosa fuerza contestataria, marcados en general por los signos de la ambigüedad y la contradicción. Por un lado, no creo que “Pelotón” (1986) sea una mirada crítica sobre el asunto de EU con Vietnam, como algunos han querido ver, sino un melodrama sobre los conflictos interpersonales entre un grupo de combatientes norteamericanos, y “Asesinos por Naturaleza” (1997) no es mas que pirotecnia fascista disfrazada de discurso anti-mediatico. Por el otro, su “JFK” (1991) no pasó de ser un ambicioso thriller más rebuscado que complejo y su “Nixon” (1995), con aspiraciones de tragedia shakespeareana, terminó siendo un acto de indulgencia respecto al presidente en cuestión. Alejandro Magno (2004) es ya un Oliver Stone megalómano desatado con síndrome de Cecil B. De Mille, y el hecho de que más de uno haya visto en esta épica un velado elogio a la voluntad de ese Hitler de nuestro tiempo que es Bush no hace mas que confirmar lo que siempre se ha visto entre lineas: Stone es un republicano de closet.

Su nueva empresa es otra vez de riesgo. Y riesgo para Stone es, como ha sido siempre, protagonismo. La decisión de abordar otro momento incomodo -en este caso uno muy reciente- en la memoria del pueblo norteamericano como lo es el 11 de septiembre es en si misma una provocación y un esfuerzo, otro más, por ser coherente con su fama de agitador. Pero el riesgo no pasa de la mera decisión porque en “Las Torres Gemelas” (World Trade Center, 2006), Oliver Stone se desentiende, convenientemente, del contexto, de las implicaciones políticas de la tragedia o del nefasto ambiente de paranoia impuesto por el propio Bush con su beligerante discurso dominando el panorama mediático inmediatamente después de los acontecimientos.

Ante tales condiciones, “Las torres gemelas” sólo puede posibilitar lecturas propias de géneros tan elementales como el cine de desastre y el melodrama doméstico. E incluso, la elementalidad del asunto recuerda a esas crónicas de sobrevivencia y heroicidad azarosa y circunstancial que tanto alimentan a publicaciones como el “Reader’s diggest”. Así, la película desarrolla dos historias paralelas y complementarias: por un parte, la historia de de la lucha por mantenerse vivos de una pareja de policías que han quedado enterrados bajo miles de toneladas de escombros después de haber intentado evacuar una de las torres antes del derrumbe, y por el otro, la historia de sus respectivas esposas que se deshacen de angustia por la incertidumbre de saber a sus cónyuges vivos o muertos. Pero ni en una ni en otra línea Stone puede moverse con eficacia. El director ha sido incapaz de reproducir la desesperación y el terror claustrofóbico de dos personajes inmóviles en un espacio en extremo reducido, destinados al parecer a una muerte segura, y con desgano ha recreado el sufrimiento de las dos mujeres que se consumen por una prolongada espera, con escenas que parecen ser una sola repitiéndose durante todo el metraje. No conforme, Stone integra imágenes que bordean el ridículo (esa imagen alucinada de un Jesucristo ofreciendo una botella de agua purificada).

Stone ha dicho que sólo ha intentado ofrecer un homenaje a aquellos héroes anónimos que dieron su mayor esfuerzo en esos momentos tan terribles. Pero aun dentro de esa hipotética humildad, y de esa modestia que pretende neutralizar cualquier lectura de corte político, el realizador no pudo evitar enseñar el cobre. En medio de estas dos historias de agonía, se vislumbra una tercera, la de un ex-marine que se siente tocado por Dios y en su afán redentorista decide trasladarse a la zona de desastre para auxiliar a quienes lo necesiten, una suerte de ángel guardián y esperanza personificada para los protagonistas. Es él precisamente quien hace el comentario concluyente, y el más revelador de la película: “Se necesitarán hombres con agallas para vengar todo esto”. E aquí, pues, a Stone nuevamente proyectándose en sus personajes, traicionado por sus palabras. Tal vez fue sin querer queriendo….

(José Abril)