Wednesday, September 23, 2009

Una breve / VI

Nuevamente la (no)dialéctica de lo que pudo ser y lo que es: Los bastardos (México, 2008), lo último de Amat Escalante, ese reflejo diminuto de Carlos Reygadas, pudo haber sido una interesante mirada a la violencia y sus mecanismos en la línea del mejor Gabriel Retes (La ciudad al desnudo / México,1988) o del primer Felipe Cazals (La manzana de la discordia /México, 1968) o incluso una concisa reflexión sobre las posibilidades de encuentro aunque irremediablemente saboteadas entre personajes emocionalmente a la deriva (por diferentes circunstancias: sociales, sentimentales), aparentemente irreconciliables, en un encierro medio involuntario; claro, todo ello en formato de un –muy buen- mediometraje. Pero afectado por el síndrome de testarudo ripsteniano que cree que lo suyo va de obra maestra con mayúsculas, de ejercicio de reinvención formal que pide a gritos el desconcierto cómplice y halagador o de esteta terrorista, prefiere insistir en la fórmula – que no estilo- que tantos adeptos ganó en el ámbito festivalero europeo hace unos años con la insufrible Sangre (México, 2005).

Por lo tanto, Los bastardos no fue, pero es una soporífera puesta en marcha de la contemplación vacua, una sangronada que parece aspirar a la aprobación del examen académico entorno a las –mal asimiladas- lecturas bressonianas de Notas sobre el cinematógrafo, un torpe desperdicio de una premisa si bien ya muy explotada aún con posibilidades dramáticas y narrativas, una pérdida de tiempo del espectador ante el tiempo que pierde la cámara en capturar el tiempo perdido de unos personajes-actores-modelos (seudobressonianos) que no pasan del “artificio” dramático de esa fiesta (es un decir) que se montan con el crack y el cunnilingus de hueva, una pieza dormida que estalla –literalmente- hasta el final porque no le queda de otra ante el hallazgo de su propia modorra.

¿Que ofrece una lectura diferente sobre la cuestión del inmigrante mexicano? ¿Y? No sólo de ocurrencias que se ufanan de su incorrección política se alimenta el cine.

(José Abril)

Wednesday, September 09, 2009

Raimi to hell


Delirando un poco y exagerando sobre la marcha se antoja pensar que Sam Raimi tuvo esa ocurrencia que es Drag me to hell (EU, 2009) después de haber ingerido –literal y metafóricamente, pues delirando estamos, no lo olvidemos- varias de las películas que a Lars Von Trier le han dado esa fama de misógino “propositivo”. Si en los trabajos del danés, y pienso, claro, en Rompiendo las olas, Bailando en la oscuridad y Dogville (e incluso algo de Los idiotas) predomina una extraña obsesión por personajes femeninos que, como mártires de telenovela rocambolesca de trazos gruesos y golpes de efecto en abundancia aunque intelectualizada, les pasa de todo y todo pasa en su contra, en el más reciente trabajo de Raimi el asunto funciona de la misma manera. Hay una chica que le pasa de todo y todo pasa en su contra. Incluso vayamos más lejos; pudiera pensarse que el típico plot de aquel aquí tiene su –rocambolesca también- vuelta de hoja: se vulgariza a extremos hilarantes mediante los artificios propios del cine cercano a lo casposo y se regocija aún más en las vejaciones femeninas extraídas directamente de los tópicos visuales más caros al cine de terror más explícito, físico y escatológico con aspiraciones de serie B.

La verdad no creo que Raimi haya tomado como referencia a von Trier, pero por lo menos para servidor esa lectura tiene su gracia. De lo contrario, nos quedaríamos con un triste intento / esfuerzo de Raimi por recordar y recordarnos quién fue antes de su estancamiento millonario. Porque, dejando a un lado lecturas juguetonas, Arrástrame al infierno no es más que una película para nostálgicos, y es casi seguro que desde la nostalgia Raimi la haya co-escrito y dirigido. Si Bruce Campbell no aparece ha sido un detalle de pura contención autoral. Alison Lohman ha tomado su puesto y ahora los demonios, los mismos demonios verdugos de Campbell (aunque aparezcan bajo otro nombre) le harán la vida imposible.

Esto no quiere decir que la película sea un desastre. Tiene momentos muy logrados (el primer enfrentamiento de la Lohman con Lorna Raver en plan de anciana incómoda y repugnante en el estacionamiento es de lo mejor de la película), situaciones desesperantes (la escena de la mosca mientras la joven duerme), algunas escenas de auténtica comedia grotesca (la cena con los futuros suegros de la joven desdichada) y la suficiente mala leche (esas aspiraciones de clase de la protagonista truncadas una y otra vez) como para desecharla por completo. Pero Raimi se presenta demasiado consciente de sí mismo y por lo tanto demasiado enfático, forzadamente escatológico, como tratando de superarse, convencer de que mantiene aquella forma, sin advertir que eso resulta algo chocante.

Curioso: si Raimi pretendía apelar a la nostalgia, aquí la nostalgia ha funcionado hacia otro sentido. Termina la película y servidor ha quedado con la sensación de haber visto algún episodio pendiente de la legendaria serie Tales from the Crypt; No sé si se pueda apreciar como defecto, pero hay en Drag me to hell mucho de esa estética de televisión con ambiciones, algo de su socarronería y hasta la misma lógica y estructura de fábula moral encapsuladas en los poco menos de 60 minutos que duraban aquellos episodios. Sólo faltó como epílogo el comentario sarcástico y sermonero de la cadavérica marioneta sobre el negro precio que hay que pagar por nuestras ambiciones para completar el cuadro.

(José Abril)