Sunday, June 29, 2008

Nueva Ola



Que la Cineteca Nacional programará un extenso ciclo de cine dedicado a la Nueva Ola Francesa, durante el mes de julio. Esperemos y me toque algo, ahora que ande por aquellos lados. Más información con Carlos Bonfil aqui.

Sunday, June 22, 2008

Vacaciones...

Este espacio se encuentra en pausa. Cosas de vagancia hedonista. Hoy L.A. California, la semana que entra D.F. No posteo porque me cuesta trabajo escribir sin mi sucio y chamagozo teclado. Saludos, y nos escribiremos pronto.

(Jose Abril)

Wednesday, June 11, 2008

Flash back 8



Kubrick y el film noir

La muerte de Stanley Kubrick (1928 – 1999) cerró una década, la de los noventa, de una forma gris y lamentable. Su descenso significó la pérdida de uno de los pocos grandes cineastas que quedaban en activo y el fin de una de las trayectorias más influyentes del cine contemporáneo. El realizador, que venía trabajando desde la década de los cincuenta, nunca dejó de sorprender, desconcertar y convencer. Cada una de sus películas fue, ni duda cabe, una obra maestra que manifestaba una gran perfección e inventiva técnica y visual impecables, de enorme fuerza, obras todas ellas que han resistido el paso del tiempo.

Pero hay algo que nunca dejó de sorprender en Kubrick: su inagotable actitud de riesgo al asumir, siempre, proyectos de indudable naturaleza genérica. Su versatilidad y amplia visión le permitieron abordar lo mismo la ciencia ficción (2001: odisea espacial, La naranja mecánica) que el cine bélico (La patrulla infernal, Cara de guerra), subvertir lo mismo los tópicos del cine épico (Spartacus, Barry Lyndon) que enfrentarse con la peligrosa tarea de adaptar prestigiosas novelas (Lolita de Navokob), acercarse a géneros como la comedia (Dr. Insólito) o el melodrama (Ojos bien cerrados) o inspirarse en la literatura best seller para concebir una extraordinaria obra del cine de terror (El resplandor de Stephen King). Difícil de encasillar, su cine fue una aproximación desprejuiciada, cerebral, acertada a los esquemas de los muy infravalorados géneros cinematográficos aportando su visión personal, su toque exento de concesiones.

El de Kubrick es un cine, de los pocos, que ha trascendido su tiempo. Cada nueva generación se lo apropia integrándolo a su imaginario. Sus aproximaciones a la ciencia ficción por ejemplo, principalmente La naranja mecánica, hasta hoy no han abandonado su estatus de piezas de culto, y el rostro de un Jack Nicholson de siniestra sonrisa en El resplandor ha pasado a convertirse en una de las imágenes fundamentales de la iconografía del cine de terror.

Otra cinta clave vuelta referente y colocada en la órbita del cine de las ultimas dos décadas ha sido Casta de malditos (The killing, EU, 1956), quizá la película menos conocida del autor por pertenecer a su primera etapa, la de los cincuenta, y también, quizá, su primera obra importante. Esto fue posible, en gran medida, gracias a Quentin Tarantino, realizador especializado en vampirizar a sus antecesores, beber de sus logros, actualizarlos y hacerlos pasar como parte de una relativa originalidad propia. Siendo claros: Perros de reserva (EU, 1991) es una hija bastarda de Casta de malditos, y el montaje de las secuencias más notables de Tiempos violentos (EU, 1995) y Jackie Brwon (EU, 1997) ha sido tomado de esa misma fuente. (Sidney Lummet ha hecho lo suyo en la extraordinaria Antes que el diablo sepa que has muerto -EU, 2008)

Pero volvamos a Kubrick. Basada en una novela policíaca de Lionel White, Casta de malditos representa el acercamiento del realizador al film noir, un acercamiento que ya había experimentado de forma desafortunada en sus primeras películas. La historia gira en torno a un conjunto de personajes masculinos, desempleados con pocas expectativas que han decidido robar un hipódromo. Sus planes parecen perfectos, o al menos cada uno de los integrantes del equipo así lo supone. Sin embargo, es en el momento justo del atraco –y justo cuando creían haber triunfado – cuando llega la fatalidad, el desmoronamiento: alguien los ha traicionado, conduciéndolos al fracaso y a un callejón sin salida. Finalmente nadie gana.

Tal anécdota adquiere dimensiones insospechadas. La película se aprecia ante todo como un estudio de personajes, un retrato frío de seres seguros en sí mismo que poco a poco se van debilitando, mostrando su aspecto más frágil y vulnerable, en una historia sobre la frustración y la impotencia. Una historia que pareciera por momentos y en su segunda mitad una tragedia clásica en clave de relato policiaco donde los personajes llevados por sus impulsos son conducidos a una estrepitosa caída.

La mirada de Kubrick es fría y distante. Observa a estas criaturas dirigirse a su fatal destino, sin comentario o involucramiento alguno. Este aspecto es uno de los más interesantes, pues la progresión del relato está marcada por el creciente caos del grupo a la que contribuyen la confusión y la desesperación de cada uno de los ladrones que se conducen a sí mismos hacia la traición.

La película esta construida de una forma deliberadamente esquemática, como una bitácora, con todo y lo impersonal que ello implica. Los acontecimientos se exponen como si fueran producto de un registro detallado y muy concreto. Cada secuencia es señalada con fecha y hora. De esta forma, el robo es expuesto a través de múltiples puntos de vista, el de cada uno de los involucrados, rompiéndose con ello la linealidad de la narración. La escena central de la película será mostrada una y otra vez durante buena parte del metraje, pero desde perspectivas diferentes.

Con todo ello Kubrick logró uno de los clásicos fundamentales del cine negro y una película adelantada a su tiempo. Una obra extraordinaria como todas las de su autoría, a recuperar.

(José Abril)

Tuesday, June 03, 2008

Romero, Plaza y Balagueró: nuevas coincidencias (terroríficas)



Ya lo hemos externado: nada tenemos contra la piratería. Por el contrario. Es gracias a ella que la raquítica oferta cinematográfica, en lugares como el nuestro, se amplía conduciéndonos por caminos insospechados llenos de hallazgos formidables. Nuevamente, la piratería ha sido la bendita responsable de aproximarnos a dos peculiares obras que, sospechamos, si bien les va, tardarán un buen en pisar pantalla grande sonorense. Y como no nos gusta comer ansias… Se trata de dos films de terror de dos miradas generacionalmente distantes pero temática y estilísticamente muy próximas, dos apuestas por aquella técnica deliberadamente “imperfecta” del setentero cinéma vérité –maravillosamente explotada en Cloverfield (Matt Reeves, 2008) - ahora al servicio del cine de terror, sea como punto de reflexión de un estado de cosas mediático, sea como simple aunque contundente golpe de efecto. El veterano George A. Romero y el tándem catalán Paco Plaza y Jaume Balagueró, conducen tales empresas. Como sigue.

El medio es el mensaje: En El diario de los muertos (Diary of the dead, EU, 2007) un grupo de estudiantes se dispone a filmar una película de terror, pero los planes cambian abruptamente al darse cuenta, ellos, que el terror realmente estalla a su alrededor al propagarse una extraña infección que hace despertar a los muertos hambrientos de carne humana. La cámara destinada en un principio a registrar la ficción, se mantiene encendida para registrar/documentar, ahora, el mundo que se deshace en una auténtica carnicería. Se trata, pues, del regreso de George A, Romero al cine que el mismo sembró, en el que mejor se desenvuelve y el que, como lo quieren ciertos teóricos, lo define como autor: los zombies, y en el que, efectivamente, hay sangre, sudor y vísceras. Aunque aquí el asunto cobra otra dimensión. Nuevamente Romero adopta al género como un punto de ubicación desde donde mirar la realidad, su realidad, pues no olvidemos que, pese a lo improbable de sus argumentos, Romero ha sido en cada una de sus entregas “zombiescas” un testigo de su tiempo, un agudo observador de su sociedad. De aquí que el asunto del terror, en Romero, se convierta también en una forma de filtrar sus agudos comentarios políticos y sociales (las tensiones raciales y de clase de la primera –inaugural- entrega, el consumismo desenfrenado en la segunda, la militarización deshumanizante en la tercera, y la depredadora política a lo Bush en la cuarta). En este caso, la película funciona como una parábola de una sociedad en la que la imagen electrónica lo rige todo, porque la imagen mediática, predominantemente violenta y manipulada, se ha insertado en la vida cotidiana como una verdad absoluta, como único, grotesco, paisaje posible. Pese a la variedad de recursos utilizados por Romero, que van desde imágenes pixeleadas, en formato Yuotube, barridos frenéticos, subjetividad transferible según quien porte la cámara omniabarcadora, la narración adquiere una densidad poco frecuente en su cine. Vaya, la película es lenta, pausada, y tal efecto se debe en gran medida a que estamos ante un Romero mucho más contemplativo en relación a los acontecimientos y reflexivo con respecto a su propio medio, incluso puede considerarse como su trabajo intelectualmente más ambicioso (podría decirse pretencioso, pero sería un tanto injusto), en el que se resiente a veces cierta obviedad ideológica y una densidad discursiva poco favorables. Pero pensar que por eso el resultado está marcado por el aburrimiento y la carencia de interés sería un error. Romero aún tiene cuerda para despertar muertos cuando se le antoje.

El miedo es el mensaje: En REC (España, 2007) una reportera televisiva y su camarógrafo se disponen a realizar un reportaje sobre una noche cualquiera a lado de un grupo de bomberos, pero el llamado de auxilio desde un barrio barcelonés obligará a la pareja, a los bomberos e inquilinos a vivir una terrorífica noche encerrados entre los pasillos de un edificio departamental y a convertir el reportaje en un improvisado y caótico registro documental de un infierno imprevisto. El más reciente trabajo, el primero colaborativo, de Paco Plaza y Jaume Balagueró sirve a manera de demostración para sí mismos que en lo básico se puede encontrar el camino que hasta ese momento ambos no habían encontrado: entre la pretensión esteticista del primero (la relativamente interesante Romasanta) y la ñoñez pre-El orfanato del segundo (la mamoncísima Fragile), la concepción del terror se perdía en guiones sobretrabajados y filmados como si de la obra maestra se tratara. Sí, lo básico, lo simple, lo mínimo, lo austero. Ese es el secreto de la fuerza de REC. No hay pretensión intelectual, ni reflexión en torno al medio y a la técnica, sólo se apuesta por la técnica para darle una fuerte verosimilitud y eficacia a unos acontecimientos demasiado artificiosos. Y lo logran. Que la técnica de cámara subjetiva –en este caso de video- en mano y aparentemente desorientada guiada sólo por el instinto de sobrevivencia, ya empieza a oler a formulita es cierto, pero de que Plaza y Balagueró logran un efecto que nunca pudieron conseguir Myrick y Sanchez en la sobrevalorada La bruja de Blair (EU, 1999), también. Cierto cinismo por parte de los realizadores, sabiendo que se trabaja con casi puros tópicos formales y anecdóticos, permiten ver a REC como un explosivo cóctel: ahí esta Cloverfield, pero en micro y sin bestia monumental, con muy pocos personajes, aderezada con la rabia letal de 28 días después (Danny Boyle, 2002) y los muertos que se levantan para comer vivos de George A. Romero. Y todo cabe en un espacio reducido, en un ambiente claustrofóbico, a través de un trepidante desarrollo que contribuye a una tensión sin tregua. Por ello, tal vez a Plaza y Balagueró se les pueda acusar de poco originales, pero de que nos regalan los minutos concluyentes más terroríficos que ha dado el cine de terror en lo que va del año, de eso creo yo, no hay duda.

(José Abril)