Wednesday, July 29, 2009

Sobrevigilada


Jennifer se apellida Lynch y lejos de tomárselo a la ligera prefiere mantener plena conciencia sobre ello. Que no está mal, siempre y cuando no lo haga extensivo al terreno creativo, o sea, al de la dirección e intente ser congruente con el prestigio ajeno que por puro lazo familiar le tocó lidiar. Grave error. Sabe perfectamente lo que se espera artísticamente hablando del apellido y sabe perfectamente lo que tiene que dar. Lejos de desentenderse de tal peso prefiere mantenerse comodinamente en el juego.

Lo suyo pues, que es poco, casi nada (sólo dos películas), pero bastante elocuente en ese sentido, es el juego de la intertextualidad parásita, deliberadamente cargado de reminiscencias, con el que cree sostener sus planteamientos, bastante ridículos unos (Boxing Helena) y con relativo interés otros (Surveillance).

Boxing Helena (EU, 1993) era una película insalvable por donde quiera que se le viera, de dudosa estética soft pornista que nada pedía a las pretensiones seudo provocadoras de Salman King. Pena ajena absoluta. Pero allí estaba el legado Lynch para legitimar, en caso de poderse, artísticamente el producto. El argumento, era evidente, se apreciaba desde la sinopsis misma como el bochornoso desarrollo de una idea que Lynch, el padre, había apenas sugerido en el inquietante cortometraje The amputee (EU, 1973), en el que una joven sin piernas yace en un sillón en plan reflexivo mientras un misterioso hombre asea sus vendajes.

Uno podría pensar que quince años no pasan en vano, y que la Lynch en todo ese tiempo encontró su propio camino y –perdón por la cursilería- su propia voz. Pero no, Jennifer insiste jugar el juego de ser hija de Lynch, dispersar guiños a diestra y siniestra y regodearse con mayor cinismo en ello: no en vano Surveillance / Vigilancia extrema (EU/Alemania, 2008) está coronada con una espectral balada cantada por el propio David Lynch en la secuencia de créditos finales (la extraordinaria Dark night of the soul extraída del disco del mismo título y realizada en colaboración con Danger Mouse and the sparklehorse).

Pero a diferencia de Boxing Helena, aquí el asunto funciona no tan mal. Surveillance es un bien dirigido thriller en torno a un conjunto de testigos que han presenciado un siniestro acontecimiento. Y muy a la manera del Rashomon (Japón, 1950) de Kurosawa, las diferentes versiones-flash backs sobre el asunto se van sucediendo hasta derivar en un esclarecedor y sorpresivo final. Obviamente, la película dista mucho de ser un alegato moral como el que planteaba Kurosawa, pero el acercamiento a la mentira como un artificio dramático que termina orillando a los personajes literalmente a un callejón sin salida funciona bastante bien.

Lynch dota a la película de una atmósfera enrarecida y extraña, marcada desde las primeras imágenes (la ralentización de la violencia y la desesperación, muy lyncheanos, hay que decirlo) y acentuada a través de ciertos actitudes inexplicables a lo largo del metraje (el comportamiento extraño y contenido de Bill Pullman hasta antes del revelador final, o el de la misma niña que se resiste a hablar del todo) y de ciertos elementos como las texturas que proporciona el recurso de los monitores de televisión con el que son observados los testigos.

Si bien la película demuestra cierta competencia por parte de su directora no deja de molestar esa insistencia por dejar clara su procedencia. Vamos, muchas cosas recuerdan a Twin Peaks, la sombra del agente Cooper ronda en torno a la figura de Sam Hallaway, y ese clímax que tiene cierta sensación de tramposa vuelta de tuerca (aunque al final encaje en el paquete) pretende convocar de forma muy obvia las densas atmósferas de los violentos encuentros eróticos entre Dorothy y Frank de Terciopelo azul, pero – y perdón por el casi spoiler- a Bill Pullman le falta mucho para ser Dennis Hopper.

(José Abril)

Monday, July 13, 2009

Vacaciones


Jazz y pantanos. Me fui de vacaciones a Nueva Orleans. Nos vemos en diez días.

(José Abril)

Thursday, July 09, 2009

Una breve / IV

Eliseo Subiela o La Güeva

Leo una entrevista al argentino Eliseo Subiela sobre su más reciente película (No mires para abajo) y sin problema ya puedo imaginarme la somnolienta sorpresa que ha preparado. Lo de somnoliento no lo digo por puro prejuicio, pues los antecedentes del cineasta me respaldan. Somnolientas me han resultado buena parte de sus películas, si no es que todas. Y en especial ese aberrante díptico titulado El lado obscuro del corazón (Argentina 1992, 2001), que de manera incomprensible lo volvió en “figura de culto” (tal y como se señala en la entrevista) para una generación que mezclaba sin empacho su romanticismo de manual con el malditismo bipolar -de manual, también- y mtvfílico pre-Kurt Cobain. Me consta: conozco a varios, muchos, que hablan con tal fascinación de esas películas, que han memorizado sus diálogos de tal forma que a uno no le queda más que callarse y sonorizar mentalmente el famoso sonido del grillo que acompaña a los muy recurrentes silencios incómodos. Y sigo sin comprender cómo es que una comedia “intelectual” involuntaria, pretenciosa hasta el disparate total, con unos diálogos de lo más irrisorio, con un Darío Grandinetti con geta de “soy-un-poeta-incomprendido” creyéndose un Baudelaire subdesarrollado, con cameos cultistas de pena ajena (Nacha Güevara como salida de La Hora Marcada, Mario Benedetti creyéndose Mario Benedetti para gusto de los que aman a Mario Benedetti que son los que finalmente adoran a Subiela o Fito Páez salvando por unos minutos el bodrio gracias a esa buena canción que es “Ciudad de pobres corazones”) y con escenas de cretino realismo mágico hilarante que se creen poesía visual se mantenga en tal status.
Sobre su nueva película el reportero comenta: “Un alegato del sexo sensible y trascendental”, y entre otras cosas el cineasta argentino menciona al tantra y la plenitud y blablabla. Lo más probable es que Subiela se haya fascinado con el insufrible buenrollismo neohippie y cursi del John Cameron Mitchel de Short bus y pretenda hacerle eco.

(José Abril)

Wednesday, July 01, 2009

Craven (otra vez)


Ayer vi por segunda ocasión The last house on the left versión 2009. La primera vez lo hice con toda la idea de enumerar los variados defectos que encontraría porque de antemano consideraba que los tenía. Me tragué mis palabras, mis ideas preconcebidas, mis prejuicios pues. La segunda lo hice bajo la necedad de encontrar aquellos defectos que según yo debería tener, pues consideraba que el visionado anterior había sido influido por el desconcierto general que la película había causado en el resto de los espectadores que no abrieron la boca en toda la proyección más que para expresar onomatopéyicamente sus reacciones ante ciertas escenas de violencia. Pero no. La conclusión fue la misma: The last house… no es una mala película, ni siquiera un mal remake si apelamos a las comparaciones con el original, como sigue:

1. Comparaciones al margen: el realizador Dennis Iliadis, a partir de un sólido guión, de enorme precisión, ha construido una película de una tensión absoluta que se instala desde los primeros minutos y se mantiene en las dos partes claramente diferenciadas: la primera, la del calvario sufrido por ese par de jóvenes adolescentes a manos de una familia de psicópatas; la segunda, la nocturna estancia de los verdugos en la casa de los padres de una de las víctimas. En ambos casos, Iliadis juega muy hitchcockianamente con un tiempo subjetivo, psicológico – el famoso ejemplo de la bomba a punto de estallar que los personajes ignoran y el espectador no, encuentra aquí una muy buena ilustración-, bastante efectivo a partir de la información visual que el espectador pesca para “beneficio” de su mortificación, un tiempo que se distiende hasta el estallido de violencia extrema en ambas partes: en la primera, es suficiente mostrar el detalle del billete cubierto de sangre para que nuestro reloj interior empiece a funcionar ominosamente (detalle que inevitablemente se evoca y funciona de manera excepcional en la habitación del hotel), marcando desde ya el inicio del nefasto destino de las jóvenes; en la segunda, basta el ingreso aparentemente pacífico de los verdugos al hogar para que ese mecanismo de relojería subjetivo funcione en el mismo sentido. Dosificando las acciones, disponiendo de recursos estilísticos a medio camino entre el regodeo fotogénico y la contemplación fría (sobre todo en los exteriores), el asunto se vuelve, en ambas partes, en una incomoda posición de espera para el espectador, incluso para aquellos que ya conocemos de qué va todo (por lo menos, para servidor así fue).


2. Comparaciones en juego: da la impresión de que Iliadis y sus guionistas han tomado el original de Craven (no tan original) como un demo, una maqueta (rebosante, a su manera, de autenticidad y audacia) para agregar elementos que el presupuesto pueda reconvertir. Obviamente el resultado es el opuesto, aunque no en un sentido totalmente negativo. A diferencia de la de Craven, la nueva The last house… técnicamente es extremadamente limpia, impecable si cabe, con momentos muy calculados, notables e incluso inspirados (por ejemplo, la alternancia de planos entre una joven que agoniza y la otra víctima de la violación). Argumentalmente, varias cosas han quedado fuera y cambios drásticos se han realizado, algunos gratuitos (el recuerdo de ese hijo/hermano muerto que nada aporta a la historia), otros previsibles (la insistencia, desde el principio, por dejar claro que la joven puede nadar a gran velocidad y mantenerse durante largo tiempo bajo el agua) y otros más bastante complacientes (el destino de Justin, el hijo del asesino Krug, como de las dos jóvenes víctimas, es muy diferente). Además, las dosis de humor negro que campeaba en Craven han sido desplazadas por una solemnidad políticamente correcta, aunque no por ello menos explícita, respecto al tratamiento de la violencia. Pese a ello, creo que la esencia del original se mantiene, esencia que, por cierto, ha sido una constante en las mejores películas de este autor. Me refiero al tema de la familia, la típica familia de clase media acomodada, esa típica familia craveniana aparentemente inofensiva, confrontada a otra de clase y motivaciones diferentes. Familias diferentes en sus formas, estatus, condiciones pero homologadas al momento de externar ese apetito sádico, ese gusto por la violencia –asumido en una, latente en otra- que las convierte naturalmente en la misma cosa.

3. Wes Craven, es cierto, le ha dado por asumir el papel de productor de sus propios homenajes, pero, por lo menos, tiene buen ojo al momento de escoger a quienes decidan asumir el riesgo.

(José Abril)