Thursday, March 26, 2009

Una breve



Si exceptuamos Sweept away (EU, 2001), una horrenda película remake de una no menos horrenda película aunque con cierta gracia de Lina Wertmuller, cada uno de los títulos de la filmografía de Guy Ritchie queda como las variaciones, muy limitadas por cierto, de un mismo chiste, sangrón y con autoconciencia de objeto posmoderno. Comedia de enredos que se quiere gruesa porque la violencia y el crimen son las motivaciones de un puñado de personajes infratarantinescos; ladronzuelos, gangsters y estafadores muy chics que actúan y dicen cosas que el director cree graciosas; montaje videoclipero, estructura predecible: planteamiento trepidante y medio confuso, desarrollo de güeva, desenlace a lo Almodovar de sus primeras comedias en el que todos los personajes convergen de manera caprichosa, y un soundtrack que pasa lista a las glorias del punk inglés para redondear el tono de visceralidad muy fashion marca de la casa.
Si no han visto ninguna película de Ritchie vean Rocknrolla (Inglaterra, 2008) y sólo con ella podrán presumir que conocen su filmografía completa.
C’est tout.

(José Abril)

Thursday, March 19, 2009

A propósito de Natasha Richardson (1963 – 2009)



Natasha Richardson murió hace apenas unas horas y, como era de esperarse, ya empezaron la serie de adulaciones post-mortem que suelen aparecer cuando una personalidad del espectáculo pasa a mejor vida. Generalmente son comentarios marcados por la exageración que buscan más el protagonismo efímero de quien los pronuncia que verdades absolutas. Bueno, no dudo que haya quienes lo dicen con toda sinceridad y quienes realmente crean en lo que están diciendo, pero de que casi siempre son producto de una puesta en escena del dolor por el sentimiento de pérdida, siempre mediatizada, de eso no tengo duda.

Personalmente a Natasha Richardson nunca la contemplé como una actriz sobresaliente. Siempre vi en ella a una actriz carente de personalidad, más bien anodina y bastante limitada en cuanto a recursos se refiere. No actuaba. Siempre se dedicó a ser -por lo menos frente a la cámara; no tengo constancia de su trabajo en el teatro- la misma Natasha Richardson irrelevante, cumplidora sí, pero intercambiable por cualquier otra, gozadora quizá del prestigio genealógico que representaba ser hija de Vanessa Redgrave, ella sí una gran actriz, y Tony Richardson (1928 – 1991), uno de los fundadores del free cinema inglés y un cineasta que se hacía cada vez menos interesante conforme se acercaba al final de su carrera.

Películas memorables, que yo recuerde, nunca hizo. Por lo menos las que he visto. La mayoría, films de cierto sentimentalismo lánguido en el que la mustiedad del rostro de la Richardson se acomodaba sin problema alguno. Y la desecharía totalmente de mis recuerdos de cinefilia si no fuera porque participó en dos peculiares obras un tanto atípicas para la generalidad de su filmografía: Gothic (Inglaterra, 1986) y Juego veneciano (The comfort of stragers, EU, 1991).

La primera, Gothic, dirigida por ese psicotrónico propositivo que en ocasiones era Ken Russell, es una delirante y guiñolesca recreación muy libre y en clave de horror film con fuerte sabor Hammer de la célebre noche en el que se reunieron Mary Shelley, Polidori y Lord Byron para formular, a manera de juego, las ideas que darían origen a sus futuros éxitos literarios. El Frankenstein de Shelley incluido. La Shelley, entonces, era una Richardson que a manos de Russell devenía en histeria pura, atormentada sí, pero ignorante de esa gélida contención habitual en sus trabajos y más próxima al camp de desaforada drama queen de melodrama añejo.

La segunda, Juego veneciano, es una más que interesante realización de Paul Schrader injustamente ignorada en su momento. Adaptación de una novela del hoy famoso Ian McEwan (sí, el mismo de Atonement), la película era un inquietante drama sobre la crisis de una pareja, turistas desorientados en Venecia, que, muy a lo Lynch de Terciopelo azul (EU, 1986), muy a lo Polanski de Luna amarga (Inglaterra, 1992), verán trastocada violentamente sus anodinas vidas de amantes rutinarios al entrar en contacto con el obscuro y enigmático universo conyugal de un matrimonio elegantemente psicótico. Si bien la película se la roban Christopher Walken y Helen Mirren como la misteriosa pareja, hay que reconocer que el trabajo de Natasha Richardson, tan convencional como siempre, queda perfecto junto con Rupert Everett -más si consideramos que el Everett es la versión masculina de la actriz- para dar vida a un matrimonio definido por el aburrimiento, la monotonía y la resignada insatisfacción. Tal para cual.

Natasha Richardson. Descanse en paz…

(José Abril)