Tuesday, May 27, 2008

Flash back 7



El semestre agoniza y servidor tiene que ponerse a tono con la carga de trabajo que eso implica. Como poco tiempo tengo para escribir, trataré, en estos días, de alimentar este espacio con textos que ya había escrito anteriormente, sobre películas nada recientes pero sí favoritas y especiales. De cualquier forma el material que nuestras carteleras nos ofrecen no da para mucho, pues como sabemos la peor temporada cinematográfica ya comenzó, ya está aquí, y sólo el DVD, pirata o no, los clásicos o no tanto, podrán salvarnos. Como sigue.

Amor y niñas terribles

La de los noventa representó una década de proliferación e internacionalización del cine neozelandés, que se descubrió como un semillero de realizadores talentosos y originales, poco ortodoxos e infatigables iconoclastas. Algunos encontraron la explicación a esta suerte de boom en la prácticamente ahora olvidada Jane Campion y su película El piano (Nueva Zelanda, 1993), que con su sorprendente éxito (bendecida por la crítica especializada a nivel mundial, galardonada en casi todos los festivales y coronada por múltiples Oscar) atrajo la atención de las distribuidoras y productoras más fuertes e influyentes hacia ese país.

Pero sería un tanto injusto atribuirle este despunte sólo a la Campion y no considerar la fuerte tradición cinematográfica que se venía desarrollando en Nueva Zelanda desde los últimos 80s, una tradición prácticamente desconocida. Pocos sabían entonces, por ejemplo, que buena parte de los cultivadores del horror cinematográfico de esos años y que propuestas estéticas tan interesantes y arriesgadas como las de Roger Donaldson, Geoff Murphy o Gart Maxwell, provenían de esas tierras. Dichas propuestas tuvieron puntos de convergencia con las de otros estetas del miedo mucho más conocidas en aquel momento como David Cronenberg o Sam Raimi.
A este grupo pertenece el ya –a estas alturas- célebre Peter Jackson (1961), cineasta de dispareja aunque singular trayectoria marcada por los giros radicales y extremos que representa cada una de sus obras. Así, ha brincado de la abierta y apabullante brutalidad (suyos son el clásico gore Picadillo, disparatado monumento al mal gusto, y la no menos escatológica y visceral Dead or alive) al horror prudente y domesticado (suya es la rutinaria Muertos de miedo, fallida aunque entretenida comedia de horror), arribando sorpresivamente a la desconcertante y perversa poesía mórbida que es Criaturas celestiales (Nueva Zelanda, 1994), ambigua celebración al precoz amour fou lésbico, antes de su abierta entrada a la franquicia de El señor de los anillos.

Criaturas celestiales trata sobre un oscuro suceso ocurrido en un pueblo de Nueva Zelanda en la década de los cincuenta. Dos niñas – adolescentes para ser más exactos- asesinaron de manera fría y violenta a la madre de una de ellas. Tal matricidio fue conducido por la obsesiva idea que ambas tenían respecto a la víctima, considerada como el obstáculo más fuerte para su amistad y su temprana relación lésbica. El crimen fue descubierto y las jóvenes, por su edad, fueron condenadas no a la cárcel pero sí a vivir separadas de por vida, bajo severa vigilancia. La hija de la madre asesinada llevó el registro de esa hermética relación en un diario, y éste es el que sirvió de base a Jackson para construir su argumento.

La historia esta estructurada con base en el desarrollo y la transformación sufrida por la amistad entre Pauline (Melanie Lynskey) y Juliette (Kate Winslet), marcada y enriquecida básicamente por un mundo de fantasía construido por ellas y su enorme capacidad imaginativa, capacidad, por cierto que se desborda conduciendo a las protagonistas a los trágicos acontecimientos. La gran inventiva del realizador logra mezclar fantasía y realidad y por momentos la historia pareciera ser un cuento fantástico, lleno de ensueño y magia pero de un horro subyacente, una suerte de cuento disneyano con ponzoña. Esto queda claro desde la secuencia inicial, en la cual un fragmento de documental turístico sobre Nueva Zelanda se ve abruptamente interrumpido por violentos e inquietantes intercortes que exponen la corretiza de las dos niñas momentos después del asesinato. Lo que al principio se plantea como una relación solidaria, amistosa, de fascinación mutua, poco a poco se va descubriendo como una relación obsesiva y enfermiza, de enorme co-dependencia.

La visión de Jackson es relativamente objetiva respecto a las protagonistas, y la estridencia que había caracterizado sus películas anteriores se ve desplazada aquí por un refinamiento y elegancia inusuales y un sentido del humor bastante oscuro aunque no vsceral como en sus películas anteriores. Hay momentos de irreverencia cinematográfica (la figura de Orson Welles vista por las niñas como un ente monstruoso y amenazante). Otros de una enorme carga crítica (Diello, el muñeco de barro construido por los personajes apareciendo imaginariamente como castigador del conservadurismo psiquiátrico en torno a la homosexualidad). Pero sobre todo momentos de verdadera poesía, obscura a rabiar, que alcanza su mejor forma en la secuencia del clímax, la perpetración del asesinato.

Con Criaturas celestiales Peter Jakson alcanzaba, tal vez, su nivel más alto como realizador, antes de adentrarse en terrenos menos personales con su archi-conocida saga, aunque también fue uno de los trabajos más intensos por parte de la pareja de las jóvenes actrices, una desconocida Melanie Lynskey, y una archifamosa Kate Winslet, perseguida aún por la sombra del Titanic (James Cameron, EU, 1997). De hecho, triste realidad, gracias a esa fama es que nosotros pudimos ver esta obra maestra que nos llegó, obviamente, a destiempo.

(José Abril)

Wednesday, May 14, 2008

50 años de Vértigo



Si bien Alfred Hitchcock no fue el inventor del suspenso, sí fue en gran medida uno de los primeros en tomar conciencia sobre las grandes posibilidades de este género como estrategia narrativa en el terreno cinematográfico. No en vano se le recuerda como el “maestro del thriller”, el género de la inquietante espera que pareciera volverse eterna, motivada por el enigma que nosotros, morbosos al fin, exigimos sea aclarado. Por ello también, durante buen tiempo, este realizador despertó la desconfianza de aquellos puristas del arte que, negados como siempre a valorar todo aquello que huela a masivo, lo veían simplemente como un hábil artesano.

Sin embargo, el tiempo y una amplia obra demostraron que el hombre de prominente barriga y humor macabro no sólo cosechaba éxitos de taquilla siendo fiel a una fórmula que él mismo había impuesto. Hitchcock poco a poco fue descubriéndose como un explorador de la naturaleza humana, un gran artista que apelaba a ciertas convenciones del género no como receta probada, sino como reglas a romper y trascender en cada nueva odisea creativa.

Una de las obras clave que posibilitaron ese tardío descubrimiento fue Vértigo (EU, 1958), conocida también con el título de De entre los muertos, y que cuenta con las actuaciones de James Stewart (actor fetiche del director) y la actriz Kim Novak en un doble papel. La cinta cumple, en este 2008 que transcurre, ni más ni menos que cincuenta años y no obstante el paso del tiempo la película se mantiene tan vigente como cuando el realizador la concibió.

Vista dentro del conjunto de la numerosa producción hitchcockiana, Vértigo / De entre los muertos se aprecia como la película más reflexiva, intimista y poética del autor; el director manifiesta aquí, quizá por primera vez, un particular interés por sus personajes y sus afecciones, y no tanto por el entramado exterior del mundo en el que se encuentran. Es, pues –y no está de más decirlo- la película más lenta narrativamente hablando, y la más rica y compleja en relación a la psicología de los personajes. La acción en el sentido físico ha pasado a un segundo plano de importancia, los sentimientos la han desplazado.

Vértigo/De entre los muertos es la historia no de un suicidio extraño y torturante, como podría sugerirlo una primera lectura, sino de una obsesión mórbida y romántica a la vez; es la historia de una fascinación progresivamente enfermiza de un hombre (Stewart) hacia una enigmática mujer a la que la muerte parece definirla, guiarla, poseerla, la muerte que parece imponerse como la única lógica posible en la ambigua relación que ambos establecen.

La película es también la más refinada visualmente hablando de su autor. La puesta en escena se define por un barroquismo decadente, registrado por una pavorosa fotografía a color que viene a acentuar y capturar el aura espectral de la frágil Madeleine (una etérea Novak rubia), mujer de incontrolables impulsos suicidas, y Judy (una melancólica Novak morena), su supuesta encarnación; barroquismo en el que contribuye un uso simbólico del color, que va pasando de la predominancia del verde en la primera parte a la invasión progresiva de tonos grises y negros que anuncian la cercanía de la tragedia en la segunda parte. Y el trágico final es precisamente uno de los momentos más inquietantes y bellos de la película. Nunca como en esta obra Hitchcock se había mostrado más ambiguo respecto a la redención que escoge para sus héroes: es, en este caso, sacrificando al ser amado, conduciéndolo hacia su muerte real, lo que posibilita la consumación del amor.

Son varios los autores de hoy que de esta obra se han alimentado. Los más sobresalientes: Brian de Palma hizo un plagio-homenaje con Doble de cuerpo (EU, 1984); por su parte David Lynch, con mayor originalidad y sutileza, rinde su pleitesía en algunos capítulos de la serie de TV Twin Peaks (1990), y más recientemente en Lost Highway (EU, 1998).

Celebremos, pues, este cumpleaños…

(José Abril)

Wednesday, May 07, 2008

Flash back 6



Recuperando Hellraiser

Hace apenas unos días me enteré de que se está trabajando la idea de hacer un remake de Hellraiser, la película que en 1987 realizara el escritor especialista en relatos de terror grueso Clive Barker. El asunto me tomó por sorpresa, y no porque me extrañe la idea de rehacer una película; todos sabemos, o por lo menos los que no hemos perdido de vista al género, de que el terror cinematográfico de los últimos años se ha mantenido, con poca fortuna la mayoría de las veces, escarbando en el pasado. Lo de la sorpresa viene a cuento porque de la película en cuestión, en su momento una favorita personal, prácticamente ni me acordaba…hasta que me topé con esta noticia reciente.

Desde El señor de las ilusiones (EU, 1995), le perdí la pista a Barker. Ya no supe qué fue de él ni como cineasta ni como escritor, y siempre –recuerdo- lo consideré más interesante como lo segundo que como lo primero. Hellraiser fue, pues, su primer y último logro cinematográfico y la única joyita de una zaga (completada por otras tres entregas) más bien mediocre. Ni Nightbreed (EU, 1990) ni la arriba mencionada El señor de las ilusiones me hicieron cambiar de opinión. Fuera de éstas no le conocí otro trabajo, salvo las aproximaciones que otros realizadores han hecho a su literatura como la muy acertada Candyman (EU, 1992), a cargo de Bernard Rose.

Hellraiser tenía todos los ingredientes para convertirse en eso que ahora llaman película de culto. Su argumento era original, muy diferente al de las películas de terror de entonces infestada de adolescentes sacrificables, y pese a una serie de monigotes más bien irrisorios (Pinhead no tanto, el resto de los cenobitas sí) rebozaba de ideas bastante atractivas tanto en forma como en sustancia: la pulsión erótica retorcida que subyace en las acciones de los personajes y que les permite mantener un vínculo muy a pesar de las condiciones bastante desagradables y abyectas en las que se encuentran, una figura femenina sometida por voluntad propia por un repelente hombre que para concluir su regeneración física tiene que consumir carne y sangre humana, una atmósfera densa, viscosa, sexualizada, que se mantiene de principio a fin producto de la sangre, los nervios y las vísceras, verdaderos protagonistas del film, que se acumulan en un ático improvisado en matadero, y sobre todo una concepción del infierno bastante ambigua, como una suerte de universo paralelo edificado para el sufrimiento físico eterno como si de un paraíso sadomaso se tratara. Barker, escritor y pintor, esteta a fin de cuentas, dotó a su película de una extraña belleza no obstante lo grotesco y sórdido de todo el asunto.

Ahora el remake. Según leí, posiblemente sea Darren Lynn Bousman quien encabece la empresa, y seguramente los seguidores de la franquicia de Saw sepan de quién estoy hablando. Siendo concesivos, tal vez la selección no sea tan equivocada, pues si comparamos, podemos ver que toda la imaginería sadomaso que hacía tan peculiar a Hellraiser se encuentra en los instrumentos de tortura de diseño perfecto que hicieron tan popular a Saw. El infierno para lastimar la carne custodiado por los Cenobitas se había trasladado a los siniestros pasillos de la guarida de Jigsaw…

En fin, veamos qué pasa. Por lo pronto, me propongo recuperar Hellraiser que no se por qué extraña razón nunca la he procurado para la videoteca privada…

(José Abril)