Monday, August 10, 2009

Flash back 12: Raimi y el cine negro


A la espera del estreno de Drag me to hell (EU, 2009), el regreso - afortunado dicen muchos- de Sam Raimi a sus orígenes, recuperamos una de las últimas películas interesantes que el realizador hizo antes de integrarse de lleno a un cine por demás despersonalizado (For love of the game /1999, The gift / 2000) y a la artesanía triple A de esa franquicia que todos conocemos. Se trata de El plan (A simple plan, EU, 1998), una favorita personal y, para servidor, el nivel más alto al que llegó Raimi (narrativo, técnico) justo antes de iniciar la debacle (no económica, obviamente). Ni terror frenético ni paroxismo, El plan fue una más que significativa introducción del director a los sórdidos ambientes del film noir más revulsivo. En su momento escribí algo sobre el asunto. Como sigue:

El fanático y meticuloso cinéfilo especializado en géneros bien pudiera caer en la fácil tentación de desaprobar El plan (A simple plan, EU, 1998), el séptimo largometraje de Sam Raimi por la sencilla razón de que es en esencia y apariencia diferente a lo que este cineasta había realizado. Diferencia que incluso puede ser tomada como auto traición a las constantes, técnicas y visuales fundamentalmente, que el ahora impredecible Raimi había cosechado y que, en gran medida, le habían permitido ganarse el estatus de cineasta de culto dentro del cine de horror. Pero el fiel seguimiento de una particular trayectoria cinematográfica enseña que la evolución no es producto de la reiteración sino de los cambios que el autor en cuestión se imponga y enfrente, asumiendo los riesgos.

En el caso de Raimi, su trayectoria viene determinada por su fácil vinculación al delirio y al humor más sádico y desenfadado, aplicados al terror (El despertar del diablo 1 y 2, El ejercito de las tinieblas), al cine de acción (Darkman; el rostro de la venganza) e incluso al western (Rápida y mortal) y traducidos en una puesta en escena con base en los paroxismos propios del comic y en la excesiva soltura de una nerviosa cámara dispuesta a seguir y captar cualquier objeto o sujeto en movimiento. Pero tal vinculación parece haber concluido, porque El plan parece ser el medio de acceso a un público más exigente y a un sector de la crítica que veía con desconfianza sus anteriores trabajos.

El primer elemento a destacar en este cambio es el argumento. Adaptación de una novela de Scott B. Smith, la película se inscribe en el cine negro y por sus alcances ubica a su autor a lado de otros maestros contemporáneos del género, como los Hnos. Coen y Abel Ferrara. A partir del hallazgo de una maleta llena de 4.4 millones de dolares el film desarrolla una crónica de ambición y destrucción en el que cuatro ordinarios personajes se ven reducidos a calidad de animales compulsivos disputándose ferozmente la carroña. Conciente del carácter serio y terrible de su historia en tanto que deja al descubierto y explora la naturaleza corrupta y corruptora del ser humano, Raimi ha optado por una resolución formal limpia, transparente y directa. Así, la progresión del relato se constituye mediante un ritmo pausado que acentúa la tensión y el suspenso, y que se inclina por la ausencia de movimientos de cámara privilegiando los encuadres fijos y funcionales.

El anterior cine de Raimi se caracterizaba también por una extrema caricaturización de los personajes funcionando estos como mero pretextos para su delirante puesta en escena; de esta forma los actores, en definitiva los cuerpos, eran reducidos a calidad de objetos víctimas del asedio de la lente de una hiperactiva cámara. Sorpresa entonces que en El plan Raimi demuestre ser no sólo un gran director de actores sino un inteligente configurador de personajes. Es en esto último donde radica en gran parte la relevancia de la película, pues en las actitudes y reacciones que genera la idea de una futura vida llena de riquezas se encuentra el móvil de la historia. Estamos pues ante seres complejos y ambiguos en sus emociones, de una ética que a la primera de cuentas se descubre frágil y cuestionable. En ese sentido, cabe destacar el personaje de Sara (interpretado soberbiamente por Bridget Fonda), el más rico dentro de esta galería de títeres ambiciosos que nos muestra el filme. Sara es el equivalente de la típica mujer fatal de los clásicos del film noir, pero en Raimi la ironía va más lejos en relación a cierto cuestionamiento de una típica clase media norteamericana: Sara es una apacible ama de casa que poco a poco se va descubriendo como un letal elemento no sólo para su universo doméstico sino también para quienes habitan su pueblo. Es ella la que se convierte en el motor y cerebro del fallido y trágico plan.

El plan esta conformado por una serie de claves visuales inéditas en la insólita obra íntegra del director. Hablamos de la serie de metáforas que el realizador introduce aprovechando las características del espacio y los objetos, que van desde el uso del paisaje nevado y la presencia del blanco como contrapunto de la evidente sordidez del asunto hasta el recurso de animales (cuervos, zorras) como signo del estado moral de los personajes.


(José Abril)

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