Friday, September 03, 2010

Flashback 14: Amantes



Es una pena que ciertos cineastas hayan caído en el olvido y más penoso aún cuando a ese olvido ha contribuido el poco interés que sus películas progresivamente manifiestan y despiertan, más allá de la poca o nula distribución que en suelo nacional han sufrido. Y hablo, aclaro, a juicio personal. Por lo menos algo de eso me ha pasado con el catalán Vicente Aranda, un cineasta de cuya trayectoria más o menos he estado atento y que a pesar de eso mi memoria poco, si no es que nada, ha registrado. Aranda era un cineasta del que esperaba más y del que poco, siento, ha ofrecido.

Responsable de tales expectativas fue la primera película que vi de él, aunque no la primera de su ahora muy extensa filmografía. Se trata de Amantes (España, 1990), un extraordinario melodrama, negro y sórdido, en torno a una pareja de amantes malditos decididos a llevar su relación hasta sus últimas consecuencias. Deudor de la mejor tradición de film noir norteamericano pero españolizado por el contexto gris y miserable del franquismo e interpretado espléndidamente por una Victoria Abril en su mejor forma (quien fue, de hecho, en una parte significativa de su filmografía su actriz fetiche), Amantes no era ni es una obra maestra, sus defectos los tiene, pero no tantos como para preocuparse. Y lo que me permite sobredimensionarla es que contiene una de las mejores y más bellísimas escenas de las que servidor tenga memoria, aquella en la que una destruida sentimentalmente Maribel Verdú suplica su muerte a un dubitativo Jorge Saenz en una solitaria plaza bajo una tormenta de nieve. Conmovedora y escalofriante a un tiempo. Devastadora.

¿Qué fue lo que pasó? Tengo la impresión de que Aranda nos ha dorado la píldora, que desde entonces nos sigue contando la misma historia una y otra vez, bajo el pretexto de las “obsesiones autorales” con las que algunos críticos pretenden legitimar la obra de ciertos cineastas reiterativos. Y quizá haya introducido algunas variantes diegéticas (el contexto, la edad de los personajes, la profesión) pero en esencia todas sus películas, o por lo menos las que he visto después de Amantes, son el ejemplo mismo del déjà vu. A Aranda, creo, le ha pasado lo que a Arturo Ripstein: convertir lo que en la crítica en el más abierto sentido laudatorio se señala como “universo personal” , sus “obsesiones” pues, en una fórmula, con todo y sus esquemáticos pasos a seguir.

Sí, mucha histeria, y de la auténtica (en el sentido puro del término: furor uterino), pasión ciega desbordada y desbocada que invariablemente conducen a la tragedia o al envenenado happy ending (incluso la convergencia de ambos). Algo de eso, hay que decirlo, hacían de Amantes una obra grande, excepcional en una época en la que la saturación almodovoriana empezaba a despuntar. Lamentablemente, todo eso también, creo yo, ha provocado que Aranda se vea hasta hoy con cierta indiferencia.

Gravísimo error -decía el crítico argentino Federico Karstulovich- creerse que las obsesiones y el universo personales son lo más fantástico que le puede pasar a un director.

(José Abril)

1 comment:

David said...

Al leer lo de las obsesiones autorales no pude evitar pensar en Allen, no recuerdo haber visto (desgraciadamente) lo último que ha hecho precisamente por ese recuerdo que tengo de el.

Además tengo que ser reiterativo con las películas españolas... o de plano subirle al volumen al nivel 50.

A proposito del tema, como vez la de Luis Estrada? Según esto iba a llegar este fin de semana. Saludos.