Wednesday, January 20, 2010

mostros


Como un obscuro sistema estelar binario, fijo en el crepúsculo de nuestros horizontes culturales, las imágenes gemelas de Drácula y el monstruo de Frankenstein presentan una mitología dinámica, si bien demoníaca, para los tiempos modernos. Cada figura conjura, por contraste, a la otra: Drácula es melifluo, siniestro, sobrenaturalmente dominante, un aristocrático fantasma capaz de colarse a través de las cerraduras en forma de niebla, transformándose de hombre en murciélago, de murciélago en lobo y vuelta a empezar sin ni siquiera despeinarse. La criatura de Frankenstein, por el contrario, es implacablemente lumpen, un proletario patán. Como una parodia del método científico, se mueve lenta, deliberadamente, con titubeantes y pesados pasos. Drácula revolotea sin esfuerzo, mutando de forma a voluntad. Los modales del vampiro son inconsútiles. El monstruo de Frankenstein muestra todas sus costuras… literalmente. Juntos los monstruos constituyen una gestalt avasalladora, representando la parte derecha del cerebro, la intuitiva, y la izquierda, la lógica; sombra y sustancia, superstición y ciencia; la más extraña de las extrañas parejas. Prácticamente no hay plano de cultura moderna que no hayan hecho sentir su presencia: literatura, teatro, cine y televisión; en el comercio y la publicidad; en metáforas sociales, científicas y psicológicas. Dicho simplemente, están en todas partes. Pocos seres imaginarios gozan de un factor de reconocimiento más elevado; rivalizan con Santa Claus y el ratón Mickey como construcciones mentales compartidas. Disfrazados de cereales, como los de las marcas Count Chocula y Frankenberry, se los damos para desayunar a nuestros hijos como una juguetona ración de temor diario.

Del libro Monster show: historia cultural del horror, de David J. Skal

(Próximamente, reseña del libro en este espacio)