
Cuenta la leyenda que Werner Herzog, cuando filmó El corazón de cristal (Alemania, 1976), sometió a una sesión de hipnosis a todo su equipo de actores. Verdad o mito, uno no puede dejar de tener en cuenta esa leyenda al ver en la película un puñado de personajes en una evidente actitud hierática, cercano a lo ausente cuando, paradójicamente, constatamos sus presencias registradas por la cámara. Las actitudes son un tanto frías, pero la película NO que toda ella provoca cierta sensación rulfiana, extraña, inquietante. Herzog, pues, parece haber robado la voluntad a cada uno de sus actores para trabajar con muertos animados en una bellísima película viva, muy viva, sobre una comunidad que agoniza.
Veo El curioso caso de Benjamín Button (EU, 2008) y pienso en Herzog y su descabellada (cierta o no ) empresa. Pero, por su efecto contrario. David Fincher ha puesto a transitar, a encontrase y desencontrase a un puñado de personajes que se quieren vivos en una película muerta, muy muerta, curiosamente sobre la ‘vida’, así en abstracto y en concreto. Sin nervio, sin pulso. Fincher ha sustituido la hipnosis por el Tafil, y es con esa calma forzada que proporciona el ansiolítico el que parece haber regido su perspectiva.
Sí, en efecto, la fotografía es impecable, los valores de producción también, y esa secuencia inicial a manera de prólogo (la anécdota del hombre ciego que confecciona un reloj de curso invertido) bordea la perfección en forma y sustancia. Parecerá mucho económica y estéticamente hablando, pero en esencia no es nada. Porque ver la película es como contemplar durante aproximadamente tres horas el deadline en el monitor de algún hospital a los pies de la cama de alguien que acaba de morir. No hay abrupto alguno, aunque en el guión se piense lo contrario; no hay trascendentalismo alguno (¡Ay, esa búsqueda de la trascendencia que no es más que un lastre!) aunque la somnolienta mirada de Fincher se lo crea y haga todas las maromas tecnológicas por procurarlo.
Algo se agradece. Por lo menos Fincher evitó lo que servidor temía: a como se pintaban las cosas desde el principio ya se veía venir hacia el final la grotesca imagen de un bebé con el rostro digitalizado de Brad Pitt. Para nuestro alivio no fue así. Aunque no dudemos que por lo menos, en el plan de la tentación, la idea estuvo rondando.
(José Abril)