Tuesday, June 14, 2005

El regreso desafortunado de Wes Craven

No hay duda: Wes Craven es un nombre clave dentro del cine de terror de los ochentas. Si bien sus gloriosos y chatarreros inicios con La última casa a la izquierda (1972) y Las colinas tienen ojos (1977) ya anunciaban un cineasta con sádico y siniestro talento no fue hasta la década de los ochenta cuando el realizador pudo colocarse en un lugar de cierto prestigio no sólo para los seguidores del género sino, también, para cierto sector de la crítica considerada seria, gracias a esa peculiar obra maestra qué es Pesadilla en la calle del infierno (1984). La película lo colocó, por un lado, a la visibilidad de todos en el panorama cinematográfico –gracias en gran medida a su novedosa y original concepción del horror que explotaba la inquietante incertidumbre ubicada a medio camino entre de la conciencia y el sueño-, y por otro, engendró para regocijo mediático un nuevo icono del género: el por todos conocido Freddy Krueger.
Pero como la maldición parece dictar, ninguno de los nombres claves dentro del género parecen mantener su congruencia. Así como sucedió con Romero (La noche de los muertos vivientes ), Hopper (La masacre de Texas), Carpenter (Hallowen ) o Raimi (El despertar del Diablo), Craven a demostrado ser un realizador por mucho irregular y difícil de sostener la calidad de sus incipientes propuestas. ¿Qué ha pasado desde aquella Pesadilla...? No gran cosa: quizá cierto ingenio en su juego metalingüístico de La última pesadilla (1994), o cierta mirada crítica y diseccionadora respecto a los códigos del cine de horror (del cual el había formado parte en los ochenta) en Scream (1996); fuera de eso, carencia de interés (incluso llegó al extremo de descender a los infiernos lacrimógenos del melodrama más ínfimo).
Después de sus colaboraciones en otros proyectos como actor, guionista o productor, Craven vuelve, nuevamente de la mano del sobrevalorado Kevin Williamson (guionista de la serie de Scream y supuesto reinventor del género), y ahora tratando de espantar con hombres lobos. Su más reciente realización es La maldición de la bestia (The curse, 2005), una suerte de cuento contemporáneo sobre la licantropía, en la cual –claro está- los adolescentes son los protagonistas y en la que desarrolla la premisa de representar la transformación licantrópica con fuertes connotaciones sexuales.
La propuesta no es muy original que digamos. Joe Dante ya había hecho lo suyo y de una manera mucho más agresiva en Aullido (1984), para mi gusto la gran última película sobre hombres lobos a la fecha. Algo más próximo, y reciente, a los intereses de Craven-Williamson es la cinta canadiense Feroz (Ginger Snaps, 2000), de John Fawcett: en ambas una pareja de hermanos es atacado por una extraña bestia, después empiezan a experimentar una serie de cambios inexplicables que coinciden con lo cambios naturales de la adolescencia; lo que en Feroz pudo apreciarse como una metáfora de la a veces dolorosa transición a la madurez, en La maldición... pierde todo valor simbólico para devenir simple pretexto de una serie de gags poco afortunados.
Otro desacierto de la película es el hecho de contextualizar la historia en un glamoroso Hollywood, contexto que le resta credibilidad a la ficción y que boicotea toda posibilidad atmosférica. No estamos pues, en el ámbito de la naturaleza y el horror inexplicable y cósmico que de su obscuridad se desprende. Todo lo contrario: la historia pareciera ser la de las rutinarias andanzas de un típico serial killer que, como dicta el lugar común del thriller norteamericano, acecha en la gran ciudad y guiado -peor aún- por un impulso de despecho hembrista y venganza erótica. Hay criaturas escalofriantes que para funcionar no deben abandonar su espacio de origen, el Hombre-lobo es, indudablemente, una de ellas.
Lo único rescatable: Cristina Ricci, en proceso de convertirse en mujer-loba. Siempre es de agradecerse el trabajo de esta actriz; esa transformación paulatina que su personaje va sufriendo de mujer formal a sensual y sensitiva Femme Fatal daba para más. Lamentablemente el ritmo precipitado de la narración termina por cortar de tajo dicho proceso y de resolver todo y los conflictos de todos como si de un show de E! TV se tratara. (José Abril)


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